29 de diciembre de 2017

El corazón en una caja ya no es corazón

En tus ojos el tiempo se detuvo
Mi alma presa espesa la sangre
Me despido de todo
Siento tu nombre en mi garganta
Pero no se cómo llamarte
Mi corazón está en tus manos
Lo único que te pido
Es que me tomes
Quiero sentir el calor de tu bolsillo
El suave roce de tu cuello
Bailar con tus delicados dedos
O el destino que elijas para mí
Pero que sea tu mandato
y me tengas en tus palabras
Porque lo he sido todo y ya no
Ante vos me encuentro vacío
Descubro mi insignificancia
Pierdo mi nombre
Dame uno
Dame un nombre que corresponda tu voz
Rodeame en tus brazos y llevame
Alzá por tu garganta el cálido aire de tu corazón
Invocame y haceme inmortal en tu voluntad
Haceme invencible con tu requerimiento
Mis rodillas son para hincarme ante vos








04/14

Y, viste cómo es: El viento y los recuerdos

El viento no se lleva los recuerdos ...y para colmo trae otros

Ahí estamos, al borde de las cumbres borrascosas, en el ojo del huracán, en medio de la tormenta. Ahí están nuestros cuerpos y la mente de cada uno es sacudida por bandazos misteriosos, provenientes de lo más profundo de nuestro laberinto cerebral. Ahí nos encontramos, nos vemos a los ojos, nos tocamos los labios, nos dibujamos en el otro y queremos.
A donde yo vaya, te voy a llevar conmigo. No predigo ni adivino el futuro, no proyecto mis deseos porque soy cobarde. Le tengo miedo a los engaños del futuro y le tengo miedo a mis traicioneros deseos. Al margen de todas esas dudas, estás a mi lado hoy y vas a estar a mi lado siempre y eso es un hecho. Pueden pasar muchas cosas, podemos unirnos aún más y fundirnos en uno, podemos perder el lazo y distanciarnos como el astronauta y la bruja, pero yo voy a quedarme con cariño tu huella siempre, eso es un hecho.
Jamás perderá valor tu compañía, tu mirada, tu tacto, tus besos. Te amo, te quiero con el alma, quiero ser mejor para vos. No quiero prometerte nada porque sé que soy débil, soy muy débil, pero sé que merecés mucho y quiero que lo tengas.

30 de noviembre de 2017

Andando

Mi cuerpo pesa
Algunos se dejan llevar por la corriente
van donde sople el viento
Mi cuerpo pesa

La vida es movimiento
Debo funcionar o dejo de ser
La rigidez hace difícil direccionar
La vida es movimiento

La quietud es muerte
Busco los desniveles y me inclino apenas
Lo mínimo es un gran esfuerzo pero caigo
La quietud es muerte

A mi paso están ustedes
Amigos pluma, amigos escama
Me ven llegar e imaginan la corriente
Piensan cuál de los cuatro vientos lo trajo

No, señores
La gravedad.

11 de septiembre de 2017

Graffiti

Son las tres de la mañana en la ciudad. Se oye el viento rugir en las esquinas. Un oficial taconea con una mano pronta al walkie talkie, la otra agarrada a la hombrera del chaleco. Entre las sombras, una figura se funde envuelta en abrigos del color gris dr las fachadas. La luz cálida de los faroles no le delata. Los pasos se alejan hacia el cruce de calles. Es el momento.
La figura se desliza con fluidez hacia un frente despejado. Llevaba tiempo estudiando la zona y este fragmento edilicio. El municipio había encomendado a ciertos artistas que realizaran murales para que las paredes dejaran de ser escritas. Era un método honorable pero en esos mismos trabajos se notaba el cambio de gestión. Este muro había sido desatendido y había llegado la hora.
La toalla no lograba amortiguar el batido del contenido de la lata pero al menos retrasaba lo inevitable. El oficial se plantó en la esquina, el viento interfería cualquier señal que pudiera delatarle. Comenzó. El silvido era contínuo, la pintura se esparcía maravillosamente. Su técnica era impecable. Sus brazos acompañaban los trazos, su gran altura le permitía abarcar más superficie. Se desplazaba lenta y suavemente con nervios de acero. Cuanto menos interrumpiera la proyección de pintura, menos probable era que el oficial distinguiera el sonido.
Un viento fuerte dio la vuelta en la otra esquina y le empuja fuera de su balance. Se recupera pronto con un fuerte taconeo que el mismo viento lleva hasta el final de la cuadra. Frunce su cara bajó los trapos que la aprisionan, es consciente de que acaba de delatarse. Debe acabar unos detalles solamente y resiste el impulso de salir corriendo al oír el grito sofocado por el viento del oficial ¿Por qué gritan? Se pregunta para calmar los nervios y llevar a término la tarea que solo demanda microsegundos pero que los nervios estiran y hacen parecer una eternidad. Escucha el zapateo del oficial ralentizado y contempla el último trazo uniéndose a la figura completa ahora. Siente las trompetas que celebran el éxito y con su fluidez característica se dobla hacia el oficial y se dispara en dirección contraria. El hombre corre pesadamente y alcanza a asir la capucha que se escurre entre sus dedos. Una lacia cabellera ondea al viento y el cuerpo se aleja imperturbable con una elástica velocidad.
Gana distancia en la persecución que dura un par de cuadras, las esquinas le refugian, demoran al perseguidor que llama a otros por el walkie talkie. En cada vuelta se quita uno de los abrigos que a la carrera dobla ante sí. La mochila vacía sobre su panza engulle las prendas. Ya siente sirenas y le queda una campera por sacarse. Ve un estacionamiento y se escabulle sin que el guardia le vea. Las prendas bien dobladas entran sin abultar en la mochila y se la cuelga a la espalda. Ágilmente arma un rodete con su cabellera y se acerca al guardia para pedirle si podía llamar a un taxi, la respiración acompasada no denota agitación alguna. El policía pasa desorientado, mira para todos lados y solo ve una mujer bien vestida conversando con un guardia de estacionamiento.

16 de julio de 2017

Etanol

Se apagó la estufa y aquí estoy. Frío no siento. Amortajado en el remanente de calor. No entiendo, no puedo, no quiero, no quiero porque no puedo, no puedo porque no quiero. Que sea lo que ustedes quieran. Les pertenezco. Hoy me han pegado. Hoy han visto el blanco que pongo ante ustedes. Hoy han lanzado los dardos. Hoy han acertado cada tiro y sigo circunvalando la diana.
Se apagó la estufa. No hay manera de encenderla, entiendan. No siento el frío. Mi carne es alcohol. Mi piel arde. Mis neuronas estallan y combustionan. Mis neuronas fluyen con palabras y ante ellas han esgrimido. Mis palabras he escupido y han sido repelido y en mi carne ardió la impotencia.
¿Por qué llovió hoy? ¿Por qué el paraguas permeó y mi tapado empapó? ¿Por qué me llueven vuestras palabras y no logro llegar a vosotros con una gota? Siempre creí que erais vois, soy yo y no hay nadie.

Han pervertido sobre mí mis técnicas. He sido yo ante ellos y lo han visto. Si yo he ejercido mi derecho a eludir sus controles sobre el debate y manipular los significados ¿por qué no habrían ellos de disponer su propio derecho de devolver mis divagues a la misma corriente a la que se pertienen? Tanto siento y temo que busquen contener mi viveza y mientras me creo que atacan lo vivo que soy me siento siempre tan muerto.

Vengan como han venido, vengan en malón. Vengan y atrévanse a enfrentarme con mis reglas. Atrévanse por un momento a ver lo que he vislumbrado desprovisto de herramientas, vean lo que he vislumbrado vosotros que disponeis de tantos recursos, que teneis todo el arsenal. Busco quien reciba cuanto he elaborado pues no he elaborado para trascender más que para ser. He sido y ruego que me tomen, que me lleven antes de que deje de ser. Sé, he visto y sé, que más allá de mi ser no soy. Les ruego y busco ser tenido entre vos, y ser libre para ya no ser.

15 de julio de 2017

Gotas motas moscas

Me desharé
de todo lo que siento
de todo lo que debo
de todo lo que tengo
me desharé

Me desharé
de todos los que me aman
de todos los que me odian
de todos los que me oyeron
me desharé

Me desharé
de desear
de poseer
de que me lleven
de que me traigan
de equivocarme
de tener razón

Me desharé


7 de junio de 2017

Hablo al aire

Es tu ausencia, el motor
La fantasía es mi alimento
Por tu imagen me desvelo
Te quiero soñar
Sueño que te quiero
Pierden hilo mis pensamientos
Se desmenusa mi carne en el desvelo
Rienda suelta a mis caprichos
En las horas de transición pierdo materia
Sueño con una armadura metálica
Fría insensible y firme contra tu falta
Aunque mientras faltas soy
Tal vez me mientas para verme lejos
Quizá ya no importe qué sea verdad
Y yo seré libre cuando entienda
Que no busco libertad

Hablo al aire

24 de mayo de 2017

Suicidarse en otoño

Un día lo entendí. Veía pasar los árboles junto a las vías. Era mayo y muchos ya habían soltado sus hojas, otros no las soltarían bajó ningún concepto. Ya llevaba dos días viajando, quizás recién estuvieran enterándose de mi suicidio. Siempre que pensaba en ellos miraba hacia la parte trasera del tren.
La irónica quietud del viaje estaba tornándose insoportable para entonces. Camino al baño sentí las miradas de los otros pasajeros, parecía ser que llevaba muy poco equipaje para ser uno de ellos. Llegué y cerré la puerta, seguía sintiendo sus miradas aunque nadie podía verme.
Me encontré en el espejo sobre el lavamanos, demacrado como lo había estado toda mi vida. El reflejo me mostraba las imágenes de cuánto podía ser. En mis ojos se apagaba alguna luz y toda mi flácida musculatura se derrumbaba. La sola idea me transmitió la sensación del golpe en la mejilla contra el lavamanos.
A punto de salir, habiendo solo dedicado el baño a drenar pensamientos, tiré la cadena para no generar más sospechas entre los pasajeros. De todas formas, nadie hablaba con nadie, no habría nada entre ellos. Volví a mi asiento a través de ese mar de miradas. El día seguía refulgiendo de luz por la ventana.
El paisaje se sacudía, la ventana mostraba el cielo y yo caía de espaldas contra la puerta del compartimiento. Era posible. Los árboles pasaban más abundantes a medida que el tren avanzaba implacable, sin falla que le haga saltar de los rieles, aún al menos. Podía ver las chispas entre las hojas, sentir el calor trepando por los vellos de mis muñecas y mordiendo mi pulover.
Me eché a un lado en el asiento y estaba clarísimo. El techo me pareció de lo menos interesante y cerré los ojos. La vida era eso, todos los desastres a punto de pasar a cada instante. Un meteorito aplastó la idea sobre mi cuerpo y se astillaron todos mis huesos entre el metal doblado del vagón. Recordé mi cara decrépita, no era muy distinto de un cadáver ambulante.
El tren aminoraba la marcha ahora. No había dejado una mala vida, me habían consentido y cuidado tanto. Pasé por las vidas de muchos y nunca supe irme de esas vidas, siempre que me aparté fue con el peor de los ánimos. Me apegaba mucho a todo lo que era, o más bien como yo lo pensaba que era. Demasiados lazos tan enviciados eran difíciles de cortar, hacía falta una hoja muy pesada y afilada.
En el andén que me recibió no había nadie. Bajé con mis únicas dos pertenencias, aparte de las prendas que vestía. Me quedé contemplándolo todo. Cuando el tren se marchó pude ver que sí había gente en el otro andén. Se me representaron tantas imágenes entorno a esas personas. Bajé a la calle y caminé sin rumbo primero, alejándome de la estación, observando, reconociendo el terreno. Era una especie de “empezar de nuevo”.
Me gustaba el barrio, increíblemente residencial para tener estación propia. Me detuve en un cruce de calles, todas adoquinadas. Hacia un lado el camino estaba recorrido por gruesos y frondosos arcos. Tomé por ese sendero arbolado. Recordé al señor que me había hablado de esta posibilidad imprevista. Cómo abandonar una vida llena de ataduras. Era demasiado cobarde, o tal vez no lo suficiente, para matarme. Lo vio en mis ojos y dijo haber visto algo más.
Me bañaba la sombra verde y caían, como agujas, rayitos de sol entre las hojas. Era un día hermoso para recibir el invierno. Con ese calorcito que se le filtra al aire frío llegando a mi cara, me puse el oscuro sobretodo que me diera aquel señor. Ya era más fácil llevarla apoyándome en ella, dejando que acompañara cada paso mío.

Podría decirse que mi suicidio fue en otoño, bastante adecuado. Había que cortar esos lazos tan fuertes. Me puse la capucha del sobretodo, no quería sentir las miradas de nadie más. El calorcito seguía sintiéndose grato a través de la pesada fibra. Seguí caminando disfrutando de esa hermosa tarde, todas las posibilidades eran ya mi camino.

15 de mayo de 2017

Volviendo siempre

Giró el cartel, cerró el negocio. La noche tardaba en llegar, el invierno daba paso a la primavera. Cruzó el local para apagar las luces y lo hizo. Volvió a cruzar el local dispuesto a bajar las persianas y, al llegar a ellas, oyó los golpes. "Ya cerramos -pensó furioso por dentro- ¿No ve el cartelito, no ve que las luces están apagadas?" Se quedó agarrado a la cadena de la persiana. Levemente se escuchó querer abrir la puerta, la puerta se mantuvo firme. Nada por un rato. Asomó a ver y nadie había ya en la puerta. Luego de esperar otro rato, finalmente bajó la persiana. Volvió a la caja y contó. Ya había hecho la cuenta pero una vez más. El valor computado coincidía con el que tenía en sus manos. Algunos centavos más en la caja que lo que indicaba el sistema pero porque la maquina era aparatosa.
La calle lo recibió ahora con una liviana oscuridad. El aire todavía condensaba neblina. La neblina difuminaba y debilitaba la iluminación de la calle. Le dolía la cara, el viento aún era frío y sus músculos seguían contraídos, nunca le fue grato trabajar para otros. Caminó. Fugaces imágenes de su hogar se formaban en su mente. Imágenes de anticipación, anhelo, acababa de salir del trabajo y ya quería estar en su casa, quería poder omitir el trámite del viaje. Las imágenes dieron lugar a nuevas imágenes, imágenes en sepia, añoranza, recuerdos de tiempos que no volverían.
Cada frente de cada casa tenía baldosas distintas. Lo que décadas atrás implicara mirar sus pies, ubicarlos, hoy era un proceso secundario en su mente. Las baldosas rectangulares eran complicadas, se pierde la sincronía pronto porque los pasos no son tan largos ni tan cortos. Algunas baldosas traían líneas que se confundían con la separación entre unas y otras, esto había aprendido a discernir. Los recuerdos se enmarcaban en esos límites. Él llegando a casa pensando que ella llegaría y la comida que le haría. Llegaría pronto y tendría todo listo. La vería llegar y le ofrecería una sonrisa y un abrazo. Para la sonrisa, esos ojos. Para el abrazo, ese cuerpo. Besaría entonces su beso.
Los recuerdos actúan como el negativo de las fotos, las sensaciones tan puras se revivían en el cuerpo con una horrible distorsión. Entre la bruma de sus emociones asomaba la conciencia y no lograba distinguir si los pensamientos estaban torturando al cuerpo o si el cuerpo estaba confundiendo a la mente. Con el máximo esfuerzo ejerció el mínimo control, alzó el brazo y el transporte se detuvo a su lado. Tomó asiento y apoyó la cabeza en el vidrio. El vidrio frío relajó la piel que hervía desde dentro. Los pensamientos se condensaron y fueron arrastrados por el torrente sanguíneo.
Las esquinas se sucedieron. El transporte paró e ingresó nuevos pasajeros. Él los veía sin fijarse en ellos. Todos eran grotescos, todos eran absurdos. Mientras su mirada divagaba sus recuerdos fluían aún sin sentido pero con mayor lentitud. Podía perdonarse y sentir cada caricia, cada mirada de ella. Entonces entró una pareja. Uno pagaba y el otro esperaba. Entraban juntos y se ubicaban de pie en ese espacio libre de asientos. No estaba lleno el transporte y había un par de asientos juntos libres. Él observaba esto y no entendía por qué no se sentaban en ese par de asientos. La noche no daba señales de traer muchos más pasajeros. Alguien se levantaba de los asientos individuales para bajar y las esquinas seguían sucediéndose y la pareja seguía de pie, parados hombro con hombro, la chica escuchando música en sus auriculares, el chico verificando algo en la pantalla de su móvil.
La esquina se acercaba. Él se levantó y tocó el timbre. La pareja seguía sin tomar asiento, seguía sin atender al otro. Bajó y caminó. Su casa lo esperaba a unas cuadras. El frío ya era oscuro. Llegó al enrejado de su casa. La llave no entraba en la cerradura, no calzaba. Era la llave indicada, lo sabía, faltaba tan poco para estar en casa y la llave no quería entrar. No servía empujar con más fuerza, se había apoyado en alguna marca, había desviado un extremo en algún momento y ahora no pasaría por mucha fuerza que hiciera. La agitaba, la giraba, la llave seguía tocando en el mismo lugar como si se hubiera pegado, magnetizado.
Apoyó la cabeza contra la reja, sus manos ya asían los barrotes impotentes, retiró la llave y volvió a colocarla, volvió a tocar en ese condenado lugar. Los nervios hicieron vibrar la mano que sujetaba el llavero. Empujó de nuevo y cayó la llave en su posición. Qué había hecho y qué no había hecho para que funcionara, deseaba comprender y era incapaz.
Atravesó el pasillo y llegó a su puerta, temió por un instante el mismo incidente previo pero era otra llave, otra cerradura, no tenía por qué ocurrir. Entró. Lo recibió la oscuridad, constante compañera, firme abrazo que acariciaba todo. Cerró la puerta en la oscuridad, siempre demoraba en encender la luz. Solamente la oscuridad le salvaba de los recuerdos sensoriales, de los olores y las texturas, los colores y las vibraciones del aire. Esa vez la oscuridad parecía esfumarse como no le había pasado antes. Sus sentidos estaban erosionándola. Podía ver los perfiles de la mesada, la heladera, la figura aovillada junto a la heladera. Estaba claro que ella no estaba ahí.

19 de abril de 2017

Soy un poema sin poeta
Soy versos fuera de la poesía
Paseo fuera de la comunidad
Echando lazos
Flechazos
Zarpazos

Me rodeo de sogas
Me rodeo de gente
Me rodeo de palabras
Me enfundo, enmascaro, careteo

Pido al sonido que grite
Que vibre y me agite
Sacuda mi corazón
para que no pare de latir
No puedo yo mantener el ritmo

La realidad es falsa
Conveniente
Impuesta
Puesta ahí para mí
No es mía, la debo, un préstamo eterno

No quiero lo que es
Nada de lo que es
Porque todo lo que es
Vuelve al mismo lugar
que nunca quise que fuera

18 de abril de 2017

Cronos

La habitación está oscura. La única luz que débilmente irrumpe viene del umbral que acabo de atravesar. Y un señor muy anciano está sentado en el extremo más oscuro. Lo conozco. Todos lo conocemos pero finalmente lo veo de frente. Tantas culpas eché sobre él sin siquiera mirarlo porque en cuanto te fijás en él es innegable, la culpa jamás pudo ser suya. No estoy muy seguro de por qué ahora me dirijo a él. Desde que entré todo lo previo parece tan lejano. Todo lo anterior al umbral. “Jamón y queso” le oigo decir “ya estás en la parte del jamón y queso”. No sé qué contestarle, un vago recuerdo, como reciente y distante a la vez, me hace demorar en responder: “no sé de qué me habla, señor”. “Sí, me entendiste” contesta y una línea se curva suavemente en una sonrisa condescendiente entre tantas arrugas. “Escucho las pausas” agrega a la vez que me dirige sus ojos hacia mí. Esos ojos. Dos globos oculares, con un hermoso iris dorado cruzado por las estrías que contraen y dilatan las pupilas. Pero sólo el iris, este viejo no tiene pupilas. Realmente sigo sin entender esa expresión con que me saludo. Y él tampoco parece escuchar mis confundidos pensamientos así como tampoco parece poder verme con esos ojos ciegos. Habla como si se tratara de un libro que ya leyó. Yo no puedo componer los eventos que me trajeron acá. Solo dispongo de impresiones. Mi cuerpo relajado, acobijado. La quietud del hombre es perturbadora ¿acaso no respira? Por momentos inclina la cabeza más hacia un lado u otro. Como si siguiera algún sonido. Pero todo es silencio como oscura es la habitación. Las culpas, ahora lo recuerdo. Vine por las culpas, es verdad. Estoy ante él porque quiero hablar con él. “Vine a pedir perdón” comienzo “perdón por haberle acusado de todo, por haberle atribuido el caos” Su sonrisa condescendiente cambia de forma pero mantiene la esencia. Todas sus delineadas facciones acompañan los gestos, acaso esté riendo tan silenciosamente. Entonces habla “No sirve a ningún propósito de mí, tu lamento; no tenés de qué preocuparte. Te rodean muchos caminos y estás siguiendo el tuyo. Haciendo, dirían ustedes. No puedo comprender más que lo que ocurre, para mí eso lo es todo. Me hablás de acusaciones y perdones, me hablás del caos. Todo eso me suena igual” Su silencio parece guardar infinidad de palabras. Que no las dice. Está cargado de secretos. Que no lo son. Por un instante, siento liviandad. La enemistad que le juré se siente tan absurda que parece un chiste. Un chiste más. En el silencio, él me mira con esos ojos sin pupila, entornados por párpados arrugados. Comienzo a sentir una presión a los lados de mi cabeza. Mi vista se desenfoca y me duele ver cómo todo el ambiente palpita. Algo parece ceñirse a mi sien. “Conocés el dolor temprano de cada día. Hoy no va a ser distinto” me dice mientras yo siento que me desvanezco “No es porque no hayas reposado suficiente. Tampoco es porque estés comenzando con el jamón y queso” su sonrisa se define ante mí pero en la confusión no comprendo si es condescendiente o burlona “Siempre es un gusto recibir tus visitas. Hasta la próxima”

6 de abril de 2017

Cachetadas y sopapos

Un baile frenético y esquizoide
Siento culpa para sonreír
La alegría me está matando
Río y río y río abajo te encuentro
Estas mirándome mal

No entendés
Sólo solo ahora
Pero en algún lugar no entendés
No te ves verme mal

La soledad me da vueltas
No contesta
Todo pierde gracia y diversión
¿Qué hago yo acá?

La corriente me arrastra
Siempre fue así y me atajé
Te atajé y te arrastré y ahora estás allá
Estallás, no, estallo, acá, yo
Estallo, te echo, me echás, te echás

¿Estás? No estás ya
Estabas ¿Estabas?
Estoy solo ¿Estoy?
¿Estaba? Tal vez no

Y fue siempre igual
Una larga orilla sin suelo
Un torrente seco
Y vos al final del recorrido
La ilusión eterna de tenerte en mis manos
La realidad imposible de perfilar
Salvo que te recorran mis dedos
Y encienda tus contornos
E ilumine la noche

Pero todo sigue siendo nada
No importa la luz
No importa la magia
No hay suelo y el río sigue seco

2 de abril de 2017

Te encontré una vez

Llegaste a mí en un sueño. Yo caminaba por una calle transitada y la luna se ocultaba tras las nubes. Estabas desperdigada en un contenedor de escombros como si los restos de una edificación. Me metí pisando la escoria, con delicadeza para no perder pie o estropear alguno de tus pedazos. Te recolecté de cada lugar en que te encontré. Te traje conmigo.
Hoy despierto cada día y estás junto a mí. En mi pequeña vida hice un humilde espacio para que fuera exclusivamente tuyo. Te veo cada mañana y te recorro cada noche. Como nunca antes, me invade la pasión. Veo mundos, veo dioses, creo. Ya sos parte de mí y mi existencia es ahora tan vasta. Cada vez que te reencuentro junto a mi lecho descubro una nueva emoción y revivo aquella primera cuando te encontré deshechada.
Lo siento tan vívido, tan presente. Una mixtura agridulce de desasosiego y esperanza. Tantas historias, tantas fantasías, a las cuales alguien había logrado desapegarse, quizás sin tanto esfuerzo. Tanto abandono pero el encuentro oportuno consecuencia de tal vandalismo. Del volquete a mi estantería. De la estantería a mi fuero más íntimo, a la constitución misma de mi ser, pero progresivamente. Con tiempo pero con una agilidad que no creía que existiera en mí mismo.
Y así como me completas y me expandís, siento próximo el día en que será absurdo retenerte a mi lado. No porque no pueda explotarse más el contenido de tu obra, sino porque habrá concluido el comienzo de un legado. Y te devolveré entonces al mundo para que otro suertudo reciba tu gracia, tu bendición. Jamás en un tacho, jamás entre la mugre, ya no. Ahora vivís de nuevo y para siempre

31 de marzo de 2017

Otro

Los golpes retruenan en la madera de la vieja casa. Una de tantas que aún no fue derribada. Ya olvidada es el lugar ideal. Marchan cargando con el menor de los cuidados a alguien más. Afinando el oído se puede distinguir, entre los golpes secos de la madera, el rechinar de las articulaciones, un silbido neumático. Fríos como ellos mismos arrojan a otra persona en la habitación abandonada. El cuerpo contraído se desploma como inerte pero pronto, al saberse liberado, comienza a convulsionar. Las extremidades encuentran asidero en el suelo y los muros, palpan, reconocen las superficies. La integridad mental dura poco. Aún más pronto los ojos registran y desgarran las cuerdas vocales. El cuerpo vuelve a contraerse pero es imposible escapar. Los fantasmas están por todos lados. Esa garganta ya no vibra, solo de muy cerca se percibe el soplido de una respiración. Pequeños espasmos evidencian el burdo intento de ese cerebro de reconocer la vida en el cuerpo. No volverá a comer, no volverá a beber, no volverá a defecar. Solo respira. Y ve. Y prefiere no ver.

Es crin

Son largas los caminos y grandes las ilusiones
Es gris el asfalto y pálida la fantasía
Y nuestros pasos son los de alguien más

Caminamos con las caritas iluminadas
Corremos ciegos a matar el tiempo
Lloramos las penas que no acontecen
aún

Siempre ocurre que lo vemos morir
Sin que aún haya nacido
Pero ya es nuestro padre


Quisiera poder
Quisiera poder ofrecerte
Quisiera poder ofrecerte los colores que tenés detrás

Es que no puedo dejar de verte

29 de marzo de 2017

Aquí tienen

Quieren que cante
y no quieren oír mi voz
Quieren que baile
pero este pie va acá
este otro va allá
Quieren saber lo que yo quiero
Quieren que haga lo que yo quiero
y no quieren que quiera esto
y no quieren que quiera aquello
Quieren verme a mí
pero que no sea yo
pero que no cante yo
pero que no baile yo
Quieren darme
y que no reciba yo
Quieren que dé
y no quieren recibir de mí
Quieren atajarme al vuelo entre sus palmas y que, al descubrirme, no sea yo
pero soy ustedes

14 de marzo de 2017

Soñó

El sueño llegó. Muchas noches pasaron en que el cuerpo se desactivaba y reactivaba como si la madrugada se omitiera o realmente no existiera. Pero una noche el sueño llegó y entonces durmió. Todo su cuerpo se distendió verdaderamente, no fue solo un parpadeo. Los ojos esta vez se agitaron.
Primero las escenas se aceleraban frente a él. Todo pasaba y solo observaba. Inadvertidamente se encontró contestando a las palabras de una mujer como él. Estaban yendo a algún lugar de la universidad, los salones los esperaban pero ella tomó otro camino y los corredores vacíos estuvieron repentinamente repletos de transeúntes. Todos le dirigían alguna palabra al pasar pero nada de lo que se hablaba era registrado por él.
Eran dos o eran tres, caminaron junto a él. Al salón no llegaba y la tarde ya era noche. Pero esos dos o tres estaban yendo a un bar y a un bar llegó él. Pedían cerveza y las pintas desfilaban delante suyo. Sabía que participaba de la ingesta pero no degustó la cerveza que bebió igual que ninguna de las palabras habladas se definía en sus oídos.
La tenue luz se volvió oscuridad y se supo solo. El recinto estaba vacío de mobiliario y de toda otra presencia. Pensó en las nubes y casi se convence de estar deambulando en ellas, pensó en perros y gatos y varios ejemplares de estos animales pasaron cerca suyo, pero jamás una luz irrumpió el aire negro que lo envolvía. Se agachó para mimar a las criaturas que ya no estaban allí. Se le antojo todo muy insatisfactorio. Pensó en su familia pero fue igual que con los cuadrúpedos, se presentaron inaccesiblemente.
La oscuridad se atenuó y un resplandor empalideció el ambiente. Sentía hambre y creía estar comiendo pero sus manos estaban junto a su cuerpo y su boca semiabierta no se movía. Todos sus músculos se mantenían quietos a la fuerza. Toda su fisiología estaba en huelga y cuánto lo rodeaba solo podía saberlo a sabiendas, nada percibía. Varios escenarios reemplazaron el vacío y él comprendía que su presencia era ajena a todos ellos.
Entonces un escenario fue la calle de asfalto, cualquier calle, todas las calles en un solo camino. Pero el camino estaba intersectado, en algún lugar ignoto se torcía y se cruzaba consigo mismo, continuaba y lejos donde no podía pensarse se volvía a dar la vuelta y así repetidas veces se cruzaba y todo esto podía saber él. Allí estaba y el día resplandecía con un intrusivo celeste repleto de pálidos puntos claramente distinguibles, entre dos intersecciones, con murallas alzándose a sendos lados suyos. Algunas personas lo visitaban y él comenzaba a deambular pero no se desplazaba. La gente se acercaba y se marchaba, variadas conversaciones se sucedían y se perdían en el olvido. Quizás sabía lo que decían, quizás sí era capaz de percibir todo su entorno con todos sus sentidos, pero insistía en probarse a sí mismo que los instantes previos habían ocurrido en verdad y fracasaba porque era incapaz de probarlo definitivamente.
La madrugada, como cada vez, concluyó. Un dispositivo comenzó a sonar insistente en una hora determinada. La respiración del hombre continuó, sonando pesada e imperturbable.

11 de marzo de 2017

Amigo

Los portones se abrieron y la muchachada entró. Los parlantes reproducían música grabada, los árboles encapotaban el camino de entrada, un asador hacía hamburguesas y un kioskito interno inyectaba alcohol en las venas de ese organismo vivo que se conoce como masa. Parte de esa masa fueron ellos. La banda toco y todos celebraron, porque todo encuentro social es una celebración y toda convocatoria lo es.
De esa multitud que exteriorizaba risas y burlas, mucha pena de cada vida se ocultaba. Muchos locos se habían expandido hoyos en el lobulo de sus orejas, algunos se habían cortado parte del cabello al ras y otros, hecho rastas en parte. La estética era algo que no importaba hasta que se resignificaba en esa forma que presentaba y entonces era así que sí importaba. Y detrás de esa nueva forma correcta se ocultaba la pena.
La pena por algunos aplazada. La pena por otros reprimida. La pena particular de cada uno, pena en todos pero ignota para todos los demás. Y una persona tan impertinente como para reventar y hacer supurar el dolor. Yo.
Tal capacidad de irrumpir con mi demanda egoísta, con mi reclamo desoído. Pero en el lugar justo, la rabia que provoca declama el dolor que se vela y me es revelado. Porque el equivocado en algo no lo está y no es tan errado creer que le hablaba a un amigo. Y pasada es la acción, el amigo existe aún y por siempre aunque sendas vidas continúen su discurrir por vías divergentes.
Quiero declarar que me verán retomar mis quehaceres, mis penares, mis reclamos, pero que ahí estaré constante receptivo de cualquier amigo, ese amigo, cada amigo porque a ellos debo mi vida, mi constitución, todo lo que de mi conocimiento es grato. Para enfrentar toda pena para la que mi presencia pueda servir de segunda, estoy. Y si has de caer, no tengas vergüenza, que caer, caen todos. Pero caer de a dos significa honra.

Amigo, no temas si estoy cerca.
Amigo, si temés, acercate.
Si algo puede irrumpir el discurrir de mi vida, es la tuya.

4 de marzo de 2017

En el umbral onírico

Los pensamientos se fragmentan en ese momento en que las horas de los días pasados se vuelcan sobre uno.
Uno. Uno es decir uno mismo. Uno suena como un individuo tan inocente. Uno se lava las manos así.
El trabajo diario se realiza, se cumple. El cuerpo pide atención y la mente pide distracción.
El cuerpo viene. La mente se va ¿Y cuándo se encuentran?
¿En esta hoja? ¿En esta web? ¿En estas manos? ¿En estos ojos?
?¿
Los pensamientos fragmentados, los ojos desviados. El detalle
Los detalles. La corrección. El desliz.
El olvido, el desliz, el error. No es igual equivocarse que cometer un desliz. El desliz en involuntariamente intencional. Es uno que quiere deslizar un mensaje que no quiere presentar en un texto puramente pretextual.
Uno, tan inocente. Uno mismo culpable. Culpable de olvidarse, culpable de no recordar. Que el alimento, que el dinero, que el maltrato.
Este texto, la vida. Que empieza sin idea y la idea se forma. Que empieza sin sentido y se vuelve genial. Y no hay manera, no hay ton ni son. Pero ya tiene caracter, ya tiene su propia gracia, estilo.
La puntuación excesiva, la puntuación obsesiva, la puntuación ya no importa punto
punto enter espacio otodoininterrumpidamentesobrecargadodeletrasindistintas

Por qué no se puede saber ¿Por qué no se puede saber? ¡Porque no se puede saber!

Escribí algo antes que alguien se afane el espacio. Escribo y escribí. Escribí y escribiré. Debería haberme dormido. Debería dormirme. Pero debo escribir antes que olvide, pero nada había para escribir. Entonces olvidar. Olvidar escribir. No olvidar algo que escribir. El ejercicio, la acción, el verbo. El verboide, la idea de acción, la pretensión.
La forma. Ausencia de predicado. Falta en tanto sujeto. Un parrafo, dos. Una oración y salto de línea: verso. Puntuación palabra puntuación: Diez puntos con el cero a la izquierda.
My own place, my secret place. Ese rincón que es mío, ese rincón que me pertenece a mí, ese rincón que es de quien soy yo ¿Quién soy yo? ¿A quién pertenece este rincón? ¿Qué es este rincón? Un puñado rebosado de palabras. Se escurren como gotas de mis dedos y no responden a mis ordenes.
Caen alborotadas y chapotean en el propio charco que forman y son lágrimas que forman un mar que es tan grande que abruma y marea y la bruma oculta mi chapuzón que soy yo cayendo en mi propio mar y solamente quiero llegar a la orilla para dejar de quebrar la eterna oración con conjunciones.
Y cerrar mis

Y cerrar mis ojos y sentir el cuerpo.
Qué irónico que irónicamente sea entonces.
Entonces sea que mi cuerpo y mi mente se encuentren.
Se encuentren cuando sueñan y se desencuentren.
Se desencuentren porque descanse uno y trabaje el otro.
Y despierte para ir a trabajar y se empiecen a separar.
Como mis ojos se separan de sueño, mi mente y mi cuerpo.
Y yo, uno, yo.

No hay más fuerza, la lapicera pesa, las teclas me oponen fuerza.
Pero ya voy a llegar.
Ya me voy a encontrar
Ya verán

1 de marzo de 2017

Otra vez

Otra vez entre ustedes
Otra vez y nunca supieron
Camino como dueño de todo
Y nada es mío
Aquí entre ustedes
Más evidente, más palpable
Pero nadie palpa, nadie ve

Dame lo que mierda tengas
Servime cuantiosamente
Vine temprano y temprano me iré
Pero horas pasarán
Esta mesa y estos bancos ahora son míos
No mezquino, sírvanse de mí
Seré el papel tapiz de algún chamuyo
U oyente de los chismorreos

Llegaron los jefes
Las motos aparcan como caballos
El salón abre sus puertas vaivén.
La música pesada y melódica estalla
La estridencia inunda la llegada
Las canillas pierden presión
Los barriles se cambian frenéticamente

Esta noche quizás sea mía
Otra vez estoy aquí al fin
Quizás de esta noche me adueñe
¿Cuánto tomé ya? O más bien
¿Qué tomé ya?
Comencemos la conquista

Jere, no
Del otro lado me dicen
¿Quiénes son? Nadie que yo sepa
Pronto retoman su chismorreo
Aunque relojean a mí
No me pierden de vista
Mejor, tendrán primera fila

Jere, no lo hagas
Alguien dice mientras sube mientras bajo
Todos me miran
Los corpulentos barbudos detienen sus risas
Los enfrento y hablan
No lo hagas
Pido en la barra un Jäger
Lo apuro y pido otro
Me lo sirven y demando la botella
Los gordos menean sus barbas
No las pelotas pienso

Termino la copita
Beso apasionado el pico
Mi nariz se frunce desde dentro
Mi lengua arde, mi garganta gruñe
Ladro a la noche
La botella vuela
Atino a la campana
Las luces se tiñen de rojo
La música suena profundamente
Sleeping Village

Todos se abalanzan sobre mí

Apocalipsis

Todos esperaban el apocalipsis. El apocalipsis nos esperaba. Recordamos anécdotas de nuestros abuelos sobre cuánto divertía fantasear con el levantamiento de los cadáveres. Era tan absurdo, reconocían. No había explicación que pudiera respaldar la posibilidad y finalmente nunca fue posible, nunca ocurrió. Pero el apocalipsis llegó, más insensato de lo que podrían haber imaginado.
La generación que nos precede comenzó a sentirlo. Nosotros nacimos sin distinguir cuánto de lo que sentíamos era parte del mundo que nos legaban y cuánto llegaba para destrozarlo. Comenzó, dicen, con planteos existencialistas masivos. Ya no era un fenómeno del que participaban algunos, todos comenzaban a reflexionar sobre su lugar en el mundo. El mundo se convirtió en una gran duda, el mundo fue tan relativizado que lo siguiente en sentirse fue la distorsión de las leyes naturales. Nadie puede precisar cuánto ocurre como se narra. Algunos aseguran que sus pasos no los empujaba del suelo sino que traían el suelo hacia ellos. El sol asomaba por el Este aunque ya no importaba qué punto cardinal era porque no se consentía que el Norte y el Sur fueran tales. El sol aún salía y no proyectaba luz, absorbía oscuridad.
No se sabe nada de los que se fugaron del planeta pero aquí en la tierra las cosas se pusieron graves pues hoy el apocalipsis no tienen carne ni estómago. Recuerdo el día. O la noche. La vez, perdón. Recuerdo la vez en que miré mis cuencas. No sentí ningún dolor, una leve y repugnante succión. No pude precisar, como nada podía precisarse en aquel entonces, qué parte de mi piel había dado paso a mi esqueleto. El mismo se había desconectado de todos mis nervios, los que ya eran inútiles para entonces. Muy consideradamente se dio la vuelta para ¿despedirse? tal vez, no puedo negarle el derecho al sentimentalismo a mi propio esqueleto.
Hoy las calles están llenas, todo el tiempo andan por las calles. No tienen problemas en hacer piruetas o trepar cualquier superficie. No podemos saber qué los impulsa pero no podemos negarles hacerlo si eso quieren. Es evidente que no quieren quedarse dentro de ningún hogar. Nosotros nos arrastramos con el poco control que queda en nuestros músculos, el poco control que nos queda para con nuestra realidad.
Conversamos reunidos en casas a las que llegamos trabajosamente, conversamos y reflexionamos sobre los últimos sucesos. Nos planteamos la posibilidad de que el sol haya sido robado por algún otro ente espacial. El cielo permanece inalterablemente negro con vetas de luz. La atmósfera se ilumina con una luz que alguna vez habría revuelto las tripas de cualquiera pero que hoy no puede más que ser tolerada pues no tenemos opción. El mundo ahora es así. Y lo hablamos, porque solo así podemos seguir aferrados a él. Sospechamos que la Tierra va a la deriva cósmica y no nos importa. Aún nos asusta más que puede haber si renunciamos a este mundo.

27 de febrero de 2017

La Entidad

El ente demoníaco encontró un hombre del cual alimentarse. En un momento de distracción se coló en su piel y licuó sus entrañas. Nadie jamás supo cómo se alojó de un momento a otro está entidad pero ahí estaba. Los ojos de este hombre no brillaron rojos, esas son patrañas, el ente no da señales. Pero se encontró con que no abundaba en él su alimento más nutritivo, el favorito de esta entidad: dolor. Pronto agotó cuanto quedaba en él y solo pudo funcionar como transporte. Usando su cuerpo fue que conoció a una mujer y en ella vio el dolor hecho locura, la locura hecha miles de cicatrices. Era la criatura perfecta pero este ente ya había seleccionado la línea de presa masculina y no podía cambiar a ese cuerpo.
Ella creyó que hacía el amor, pero de amor no entendía nada y de hacer menos aún. Él, cascarón vacío, buscaba procrear para procurarse mejor alimento y sorbía cuanta enfermedad en ella residía. La esperma del hombre hueco la inseminó, la mujer dio a luz una hermosa niña, tan limpia y rasa como nunca volvería a ser. El "padre" fijó su objetivo en ella definitivamente. La niña creció y tomó forma de humana, porque lo era y lo sería siempre, el demonio se encargaría de eso. Un niño siguió a la niña y pero no servía de contenedor por mucho que el ente intentara trasladarse. Marcó a la niña con sus intentos de alimentarse, marcó al niño con sus intentos de trasladarse. Ambos críos miserablemente crecieron.
El demonio intentó una vez definitiva y nuevamente fracasó en introducirse en el niño. La debilidad con que regreso a su recipiente cada vez más debilitado, más incipiente, no le dejó otra alternativa que marcharse y descartar ese cuerpo. De ese individuo nadie más supo nada. Pero la entidad había vuelto a su forma incorpórea. Vigilaba de cerca a la niña que crecía tan erecta cómo sus desgarros y quemaduras le permitían. En el mundo ingrato pero no tan cruel, ella tuvo un camino, tuvo una sociedad ingrata pero no tan cruel que la recibía y le permitía hacerse un lugar. La entidad observaba y saltaba de joven hombre en joven hombre buscando darle caza a la niña, atrapado él en su línea alimenticia masculina. Así más hirió a la joven mujer que crecía con el resentimiento en la carne y la duda en el espíritu de si el mundo podía albergar un lugar que sea suyo.
Las desgracias más naturales pueden parecer obra del diablo cuando están enmarcadas en una continuidad miserable. Y enmarcado en la abundancia de pena, ella conoció a un joven hombre de lo más absurdo ¿Por qué tan absurdo? No podía saberse entonces. El ente observaba la elección de la chica y a ese joven quiso entrar. Se abrió paso como había hecho cada vez anterior por entre los poros y recorrió la dermis del muchacho desde la cual observó a la joven mujer. Había buen alimento dentro de este joven hombre para nutrirse por varias décadas, aunque no olvidaba su objetivo fijo. Pero algo extraño se cernía sobre la residencia en la que había ingresado el demonio. Alguien rondaba ese ambiente carnal, esa alma corrupta, alguien que perturbaba su condición y limitaba su accionar con su sola presencia. Estaba claro porque a ellos pertenece el demonio.
Por meses trató de sorber un poco de la joven mujer que tan bien había sazonado por años pero, sin importar cuánto intentaba tomar las riendas de ese hombre, no lograba que acatara su voluntad. Todos sus comandos demoníacos eran refrenados y mitigados por la mente de este hombre. Algo imposible para un humano salvo que sobre él recaiga la influencia de algún demonio. Y él lo sabía y lo veía rondarle. Los demonios existen en un plano común a ellos pero incapaces de interactuar entre sí. Era en las huellas que aquel dejaba en este hombre que este demonio podía comprobar su presencia. Incluso sabía que su propia presencia había sido delatada y mucha era su frustración al pensar en el deleite que estaría sintiendo aquel demonio.
¿Por qué aquel no había ingresado y engullido el interior de este muchacho? El demonio podía imaginarlo. Se encontraba en presencia de una entidad que había elegido una línea alimenticia femenina. Preocupó al demonio masculino la integridad de su objetivo fijo. Pero no veía en ella ninguna invasión, solo resplandecían en ella las escarificaciones que él mismo había labrado durante esas décadas. Entonces entendió. El muchacho era pues la fijación de un demonio de línea alimenticia femenina pero que, distinto al demonio que tenía su fijación en la chica, no seguía a su objetivo adquiriendo forma corpórea, se mantenía etereo. Y una única razón se formaba en el pútrido pensamiento del demonio. Algo que jamás había visto y tampoco tenía sentido que estuviera pensándolo, considerándolo como una posibilidad.
Amor. Un demonio que había comenzado alguna vez a alimentarse de mujeres, se había encontrado con este muchacho y había gestado amor en sí. Ahora se limitaba a rondarlo, a sorber las lágrimas que exudaba el muchacho en cada tragedia, que eran pocas y débiles según observaba desde el interior el demonio fijado en la chica. Seguramente daría un empujoncito a las miserias del muchacho y lo escudaría para que le durara largo tiempo. Con esta conclusión observó el recinto con mejor atención y encontró las maquinarias de nuevas formas de angustia, apreció la complejidad de los corredores por los que se arrastraba, las formas enrevesadas y extensivas del terror y la repugnancia.
El interior de este muchacho era el banquete que el demonio suponía que le esperaba en las mujeres. El ente para su desgracia había optado en un comienzo por la línea masculina y nunca se había topado con tal jugosa presa. Había consumido sus fuerzas en manipularlo para sorber la miseria que había sembrado en esa chica y doblemente fracasado, pues con ambos se habría alimentado por milenios pero la misma custodia que resguardaba al muchacho le impedía simultáneamente saborearlo a él o alimentarse más de la chica. Sus últimos actos erráticos en su afán por trasladarse de vuelta a la incorporeidad moldearon el epílogo a la relación de esos humanos. El demonio continúa con su fijación, muy débil aún pero con la astucia encendida.


23 de febrero de 2017

El Castillo

Entre la aridez, se alza el castillo. Como una continuidad de la tierra, un accidente más. Sus absurdos corredores no sirven ningún propósito. Presentan cableados de ridículas proporciones y cadenas que cruzan los ambientes. En el fondo de este irritante acceso, una amplia habitación encierra a una persona. Su voluntad se encuentra atajada por esas cadenas que lo envuelven, su deseo es absorbido por los cables que se funden entre sus huesos.
Contra una pared se encuentra él sujeto y bajo él hasta la mitad de la habitación no hay suelo. La mitad del recinto continúa hundiéndose indefinidamente. Se sienten las corrientes de aire quejarse desde lo profundo. En los ojos una mirada se pierde en el vacío, la atención vuelta hacia adentro. Se retuerce y cambia de postura, su rostro se contorsiona y vuelve al mismo gesto apático. De a largos intervalos su cuerpo es sacudido por espasmos y su mirada nunca cae sobre nada, siempre se pierde. A veces sus ojos se entornan de una extraña determinación. A veces se entrecierran débiles, agotados.
Siempre ha habido sol en los siglos de su reclusión. El castillo toma los rayos e incandecen las paredes del recinto sin que hagan falta aberturas que den paso a la luz astral. El interior es claro, cálido de día y frío de noche, pero nunca oscuro como el abismo que se abre en mitad de la habitación.

Las cadenas tintinean. Los cables chispean. Los ojos se alzan y fijan su atención fuera. La salida de la habitación. El cuerpo se impulsa de la pared y cae como plomo. Como si no aceptara el abismo, el vacío se vuelve materia que recibe su peso con fuerza. Se yergue y su cuerpo es deforme, o su postura da esa impresión. Pero su gesto se desentiende y él avanza, caminando sobre el vacío y continuando sus pasos en el suelo. Con movimiento sinuoso, se desplaza por los pasillos. Estos se tuercen para dejarle paso y pronto llega a la salida. Fuertes vientos y relámpagos le esperan. Él, apático, continúa caminando la tierra. El cielo, melancólico, vierte sus lágrimas sobre el desierto arenal.

Llorando

16/2
Lloro
Lloro y no hay consuelo
Y no importa lo que diga o lo que sienta, no tengo perdón.
"Sos imperdonable" me dicen. "Pedí disculpas" me dicen.
Si quieren disculpame ¿Por qué esperan a que lo pida?
Dicen que quieren humildad, pero nunca es suficiente humildad.
Exigen humildad hasta que les conceda humillación
Nadie está dispuesto a humillarse. Pero lo esperan de todos.
Indecoroso, impúdico es aquel que goza, aquel que disfruta.

Es la dialéctica cristiana.
Claramente está presente en todos aunque nadie mencione su creencia

23/2
Lloro
Lloro y es el consuelo
El consuelo de los miserables que se arrastran a la miseria
Buscan un perdón que no merecen porque nada han hecho
Entonces hacen mérito para encontrar un perdón
Un perdón que buscar
Y ser parte de esa mierda a la que pertenezco
La mierda de los miserables que provoca lágrimas para poder llorar
La bosta que encuentra su reflejo y escupe al vidrio

Fui el laberinto de espejos y te perdiste
Pero estoy dentro y no sé si encontraste la salida

Escrito un ocho de octubre

El viento no se lleva los recuerdos ...y para colmo trae otros 
Ahí estamos, al borde de las cumbres borrascosas, en el ojo del huracán, en medio de la tormenta. Ahí están nuestros cuerpos y la mente de cada uno es sacudida por bandazos misteriosos, provenientes de lo más profundo de nuestro laberinto cerebral. Ahí nos encontramos, nos vemos a los ojos, nos tocamos los labios, nos dibujamos en el otro y queremos.
A donde yo vaya, te voy a llevar conmigo. No predigo ni adivino el futuro, no proyecto mis deseos porque soy cobarde. Le tengo miedo a los engaños del futuro y le tengo miedo a mis traicioneros deseos. Al margen de todas esas dudas, estás a mi lado hoy y vas a estar a mi lado siempre y eso es un hecho. Pueden pasar muchas cosas, podemos unirnos aún más y fundirnos en uno, podemos perder el lazo y distanciarnos como el astronauta y la bruja, pero yo voy a quedarme con cariño tu huella siempre, eso es un hecho.
Jamás perderá valor tu compañía, tu mirada, tu tacto, tus besos. Te amo, te quiero con el alma, quiero ser mejor para vos. No quiero prometerte nada porque sé que soy débil, soy muy débil, pero sé que merecés mucho y quiero que lo tengas.

¿Por qué escribí eso? Es natural que no lo haya publicado, que quedara como borrador, pero ¿por qué esas palabras?

Another stripe to the tiger

17 de febrero de 2017

De ojos vacíos

Él llegó en silencio. Se posó sobre la barra, miraba el salón. La chica detrás de la cafetera se fijó en él y fue a atenderlo. Su pelo no lucía ningún peinado que lo caracterizara, pero no daba la impresión de desarreglado. Vestía ropa oscura, de algún color impreciso pero opaco. Esa chica esperó a que pidiera ser atendido pero él le seguía dando la espalda. Algo de vello se veía por debajo de su rostro. Tenía un dejo de impertinencia su postura, apoyaba los codos sobre la barra aunque parecía una posición incómoda. No se sentaba en las banquetas, esperaba de pie. Su vista abarcaba fácilmente el amplio salón. Algo de cómo sostenía su cabeza en alto daba la idea de que estuviera decidiendo algo, o de que lo hubiera decidido ya, y que involucrara el salón. Tal vez esperaba ser reconocido por alguno de los comensales, pero nadie se fijaba en él salvo algún fugaz vistazo, como de quien repasa el escenario y él era parte de ese escenario.
—Buenas noches ¿desea tomar algo?
Él respondió al estímulo de ese llamado de atención volteándose lentamente. Sostenía en su cara una relajada sonrisa. La acentuó un poco más y fue con eso que la chica pudo precisar qué le generaba ese repentino miedo. No era la sonrisa, que por sí misma podía transmitir calma. Pero al moverse los músculos en su cara se hacía patente la ausencia, casi como si te quitaran el aire, de brillo en esos inexpresivos ojos. La muchacha resistió un escalofrío y devolvió la sonrisa. De a momentos ella desviaba su atención mientras esperaba alguna respuesta para no delatar la inspección que realizaba a esos ojos que sin el menor cuidado la miraban fijo. El iris era marrón oscuro, las pupilas se cerraban naturalmente bajo la luz de las dicroicas pero había que fijarse atentamente en ello para no tener la impresión de que sus ojos estaban dilatados en exceso.
—Solamente estoy de visita ¿Vos deseas tomar algo conmigo?
Entre presa de un extraño mesmerismo y víctima de una profunda perturbación, sintió la necesidad de responder con voz alzada y firme que no. Logró controlarse aunque su garganta emitió un casi imperceptible gruñido. Un mozo vino a pasarle un pedido y la liberó del embrujo pero ese visitante seguía fijando su vacua mirada en ella. Podía sentirlo aún dándole la espalda y deseaba profundamente que el encargado de salón le pidiera que se marchara. Casi sin mediar un instante, el encargado vino del depósito y se dirigió al muchacho.
—Señor, si no va a ordenar nada le voy a tener que pedir que se retire.
La sensación de éxito que tuvo la muchacha al cumplirse su anhelo concluyó abruptamente al ser arrastrada por un irrefrenable impulso y decir:
—No te preocupes, Hernán, está de visita.
Con la pasión de una máquina, el encargado se dio vuelta y marchó de regreso a sus actividades. La joven no podía dar crédito a lo que acababa de pasar. La respiración se le tornó dificultosa, el aire parecía denso, su cuerpo pesado y su corazón trabajaba el doble. La iluminación del salón parecía haberse atenuado, buscó por todos lados algo que la sacara de ese estado, continuaba conservando la compostura pero no sabía por cuanto. Al volver a fijarse en el visitante, este ya no la miraba, nuevamente observaba el salón, nuevamente el perfil le ocultaba la mirada opaca. La atmósfera se descomprimió en ese instante. Un mozo le pedía que preparara el café y empezaba a perder a paciencia. Se puso a trabajar ella, sabiendo que ese visitante no esperaba ser atendido, que no había nada que hacer. El miedo que le provocara unos momentos antes ya no estaba. Tal vez lo que antes parecía una amenaza ya no le preocupaba o tal vez alguna inconsciente certeza de que no había amenaza alguna se había colado en ella.
Observó ella la secuencia que comenzó en ese momento en que el muchacho se apartó de la barra y caminó implacable entre las mesas. Se detuvo junto a un grupo de comensales que reían sin que nadie se fijara en él. Bajó la mirada a uno de ellos, el que se ubicaba justo a su lado, la chica desde la barra veía la espalda de ambos y al visitante cruzar con su mano la espalda y posarla en su hombro. El hombre, de ancha espalda y pelo castaño, se inclinó hacia el frente y agachó la cabeza. Las risas menguaron, la fugaz preocupación que las desplazó rápidamente se convirtió en alarma cuando la muerte del hombre fue indudable. El visitante se marchaba en ese momento, una mano alzada en el aire, como saludando, o como apoyándola en la espalda de alguien.

15 de febrero de 2017

El amor

La vida
como una guerra
No sabemos contra quién peleamos
No sabemos qué defendemos
No pedimos estar en ella
como un baile
Le seguimos los pasos
Damos vueltas
No importa dónde empezamos
Ni dónde terminamos

14 de febrero de 2017

Los despojos

Yo esperaba que fuera más como en las películas. Me esperaba una sensación de vacío absoluto, la consciencia de que las grandes capitales del mundo han sucumbido al silencio. No es así. Si llueve, miro a la calle y siento que nadie sale porque nadie saldría, que no se oye un alma porque los apaga el torrente de agua y el concreto de las paredes. Si no llueve, pasear por las calles vacías no es distinto de cuando había gente, si no estaban todos en un centro comercial estaban resguardados en sus casas. Creo recordar que las plazas se turnaban para recibirlos, que siempre alguna estaba vacía, la que yo elegía, como ahora. La sensación de intrusión en hogares ajenos fue de las primeras cosas que perdí, ya hoy dura lo que tardo en pestañear y donde sea que entre es mío.
Todavía encuentro no perecederos en las casas aunque me tienen un poco podrida ya. Los tarros de miel son salvadores, esos le dan sabor a este abandono. Gracias que hay yerba por todos lados, el buen árbol que se bancó toda la destrucción del planeta. Supongo que puedo dedicarme a leer, esos no caducan. Lástima que nunca fui de leer, no entiendo el sentido de nada de lo que encuentro escrito. Si es ficción, es demasiado pretencioso; si son ensayos, ninguno habló de algo que pareciera interesarme. Muchas opciones no hay, nada eléctrico funciona, las usinas dejaron de andar mucho antes de que despegaran los cohetes. Creo que el alma no se me fue a los pies sino que se me fue a la mierda cuando llegué tarde al último.
"Hay una estación funcional orbitando Júpiter" decían todos y todos lo creían. Creo que debo ser la única humana viva. Y no puedo extinguirnos definitivamente porque me ganó la apatía. Qué locura. Porque ninguno de esos cohetes puede sobrevivir tanto viaje, no es verdad. Lo mismo daba que viajara con todos en esa lata o que me quedara acá, lo más probable es que me terminara rodeando gente desagradable y después no tuviera dónde meterme para escaparles. Qué fastidio, no se me ocurre ni pensar que el mundo esté vacío, si yo caminara lo suficiente, es cantado que llego a algún poblado. No pudieron vaciar el planeta realmente, no se puede hacer algo así de grande. ¿Además de qué vivirían allá? ¿Van a inventar comida?
¡¿Qué fue eso?! Algún animal. No recuerdo que quedara ningún animal. Bah, se habrá desplomado alguna mampostería. Aunque repiqueteó ¡Ahí está de nuevo! Tengo que esconderme. O me meto en un edificio. Pero voy a hacer ruido probando si está abierto, además de que me estaría metiendo en una caja y si me encuentra me arrincona ¿Pero quién? ¿De quién estoy hablando? Es simple, atrás de algún coche. No entiendo cómo pudieron dejar tantas cosas preciadas al irse. Ahora, alguien está acá, no, algo. Algo está acá, será algún mutante, algún animal que mutó para sobrevivir a estas ¿cómo se llamaban? Olas de vapor volcánico. Qué nombre más ridículo, y quieren que les creamos que vamos a vivir en Júpiter.
Es... es un hombre. No, no, no puede ser, cómo va a ser, por qué tengo más miedo que cuando me esperaba a un mutante. Pero es un hombre, me va a hacer daño, va a abusar de mí. No, eso hace rato que no pasa, además me sé defender, bastante me he defendido en la vida ¿Cuánto hace que no se habla de abuso por parte de los hombres? No estoy segura de estar recordando un pasado mío, mi abuela recordaba algo. Y ella tampoco llegó al cohete, pero por otro motivo.
—Hola –¡la puta, me encontró!
—Hola, sí ¿Quién sos?
—¿Importa? No creo que sirvan los registros civiles entre estos despojos ¿Cómo estás?
—Los registros civiles quizás no pero hay que preservar algo de civilidad ¿no? –Lo piensa el salame, piensa lo que le digo, es así de simple, demostrame que no sos un depravado y listo.
—Tal vez. Benicio mi nombre ¿Querés decirme el tuyo? –Uh, le digo mi nombre o le digo cualquiera. Su nombre ya es cualquiera, no creo que me esté diciendo la verdad.
—Ehm... Daniela, encantada –Bueno, no olvidó la civilidad de darse la mano.
—Bien, ya estamos escribiendo

Dice cosas extrañas. Hace comentarios de cualquier cosa que ve o que se le ocurre y no contesta a nada de lo que le pregunto. Quizás estoy siendo poco directa. Estuvimos paseando por toda la ciudad. Lejos de agotarme, tanto caminar me aburre en un punto, pero él parece inmutable al respecto. Cuánto haría que venía caminando cuando lo encontré, como mucho desde la tarde pasada. Cuando se vienen las olas esas hay que estar a resguardo, no estaría afuera ¿O sí es un mutante?
—¿A dónde estarías queriendo ir? –A ver si me contesta esto al menos.
—Al campo, quiero ver qué quedó del campo.
—No quedó nada, o no importa lo que quedara, es arriesgado mandarse tan lejos de la urbe. Si no es porque te podés quedar sin comida, es porque en cualquier momento viene una ola de vapor y tenés que tener un edificio en el que meterte.
—Sí. Creo que hay una especie de lona hecha de plomo que resiste ese viento. Aunque conduce el calor, pero con otra manta de tela abajo quizás se puede armar una carpa o algo.
Me trajo caminando al borde de la ciudad, qué cerca que estábamos. Yo no doy un paso más. No veo que tenga nada de equipo que dice que puede servir. Y ya empiezo a sentir el azufre. Voy a buscarme refugio, él que haga como guste. No me hago una idea de cómo sobrevivió tanto tiempo. Me pongo a pensar ahora que estoy abriendo esta puerta, tendría que haberlo pensado antes, que no quiero compartir habitación ni edificio con este completo desconocido.
—Andá, buscate un edificio, apurate que ya llega –no hago a tiempo a que él entre en uno y yo me busque otro edificio, quizás ya son demasiadas precauciones. No se me había acercado, está todavía en la calle mirando a algún lugar lejano. Va muy tranquilo al edifico de enfrente, el picaporte no cede y el bruto la patea. No puedo creer que se rompa tan fácil, supongo que los edificios no aguantan tanto como creía esas oleadas, tendré que considerar resguardarme bien adentro.
No tengo muchas opciones con este pibe. Va a andar atrás mío, es irremediable, se nota que necesita de compañía. Yo ya me acostumbre a la soledad pero no se me ocurre cómo despedirlo e irme por otro lado sin encontrármelo de nuevo. El mundo es muy chiquito. Capaz que tiene un plan pero no imagino que haya algún plan que funcione en este contexto. Y qué habrá querido decir con que ya estamos escribiendo. Sandeces, la mitad de las cosas que dice no tienen sentido, la otra mitad tienen la mitad de sentido.

Es impresionante cómo los edificios se extienden hasta donde termina la ciudad. Las calles se convierten en rutas de repente, los edificios se terminan y no hay más habitáculos, solamente las zanjas a la vera del camino y la larga sombra que proyectan las construcciones. Me pone nerviosa alejarme tanto de los refugios pero supongo que con una corrida podemos cubrirnos a tiempo. Tampoco voy a dejar que vague mucho más. Aminoramos la marcha acercándonos a la zanja, el pasto está alto y un musgo patinoso recubre el asfalto. Ahora que lo noto, va a ser más difícil volver corriendo, detesto estos nervios, esta inseguridad que no se parece a la de no conocerlo a él, esta inseguridad es material. Puede pasar lo peor ya.
—¿Qué te parece el ocaso? A pesar de tanto deterioro sigue siendo hermosa la Tierra.
—¿Notaste que cada vez ocurren con más frecuencia las oleadas? –no voy a seguirle cualquier hilo, no estoy de humor y él no ayuda.
—Sí, noté que hay seguidillas cada vez más cerradas. Igual, todavía hay lapsos largos, "treguas". Hubo tres oleadas juntitas, calculo que la próxima será en un par de días. También tuve la impresión de que lo que llamo treguas ocurre con más amplitud cada vez. Pero no hay un equipo de estudiosos que respalde, confirme o refute algo de lo que estamos hablando, así que es hablar en el aire. Nada de lo que digamos es válido.
—No me tranquiliza, igual. Tampoco me tranquilizaría que un "equipo de estudiosos" lo confirme. Se fueron todos por lo que los científicos decían de que la Tierra iba a explotar, se fueron con la promesa de vivir en Júpiter ¡En Júpiter! ¿Cómo puede sonarles sensato algo tan descabellado? ¿Cómo puede tanta gente caer en esa mentira? –por qué se me cierra la garganta– ¡¿De qué van a vivir cuando se les acaben las provisiones?! ¡¿Qué van a hacer con sus vidas encerrados en esas latas?!
Ni me mira, sigue mirando al cielo. No entiendo qué me agarrá pero parece que ni se enterara. Tengo lágrimas en la cara, que enchastre con el polvo que hay en el aire y se pegotea en la piel. Por favor contestá algo. Y ahora frunce la nariz, habrá olido azufre. Se equivocó, viene otra ola. Me voy a la ciudad. Tengo que ir a paso veloz pero firme, no quiero resbalar con el musgo de la ruta. Qué detestable sensación, por mucho que afirme los pies me patino al menor descuido. Aquel me llama; si no habló antes, ahora que aguante a que pasemos la tormenta. Ay la puta madre quiero llegar a resguardo. El otro no se levanta. Me parece que mañana voy a ser yo sola de nuevo.

—Perdón por tardar en contestarte anoche. Estaba queriendo ordenar muchas cosas que decir. Pero te fuiste de repente ¿Qué pasó?
—¿No vino...? ¿No te fuiste a refugiar? Vino una oleada anoche, te vi olerla.
—No, anoche me estaban molestando los mocos, no hubo ninguna oleada. Si te parece hablamos un poco de todo lo que planteabas ayer. –Falsa alarma. El cielo está amarillo como siempre, incluso parece recuperar algo de la claridad que no veo hace una semana. Anoche no pasó nada. Cómo pude alarmarme tanto si yo misma no olí nada en el aire. Pero estaba convencida.
—Te escucho
—Uh, cuánta solemnidad para tan humilde orador. Bueno, para empezar tengo que estar de acuerdo en que es descabellado hablar de vivir en cualquier planeta de este sistema solar que no sea este, porque este es el único para el cual estamos hechos. Marte es árido y estábamos lejos de poder moldear la atmósfera a nuestra conveniencia. Pero sí desarrollamos suficiente ingeniería para crear micro–atmósferas. Ya veo que te molesta que lo cuente como en primera persona. Esa estirpe de especialistas, los especialistas en tomar medidas y crear hipótesis y los especialistas en inventar y desarrollar lo que llamamos tecnología, son la razón de que conocieras la vida como la conociste. Bueno, ellos vieron un camino de salvación para la humanidad, porque este planeta no nos va a perdonar lo que le hicimos. Acá nos morimos nosotros pero alguna especie animal surgirá capaz de habitar los mares ácidos y de caminar la tierra arrasada por esas bocas sulfurosas que se abrieron por doquier y que provocan que nos acovachemos cada vez que eructan su ponzoña. Ningún planeta orbita al sol a la distancia adecuada y justamente Júpiter no es un planeta que vayas a pisar, porque es mayormente gaseoso, y el suelo que se le ha estado estudiando es clave para el plan que implementaron pero no podríamos pisarlo sin ser descuartizados por los vientos que conforman lo que llamamos Júpiter. Bien sabés que esos cohetes llevaban a nuestros congéneres a las estaciones espaciales, desarrolladas para cada nación, en órbita a Júpiter. No sé si te contaron el detalle. Las provisiones fueron calculadas para aguantar el viaje y los primeros meses de asentamiento en las estaciones. No sé si te fijaste pero mucha de la comida que estaba produciéndose estas últimas décadas es imposible que proviniera de la Tierra. Estoy seguro que mucha de la comida a la que estás acostumbrada fue producida en las fábricas. Sintetizar alimentos no es muy complicado pero es difícil encontrar la energía para hacer andar esas industrias. Algunos de los elementos químicos necesarios también eran sintéticos. Allá en Júpiter la historia es otra, esos mismos elementos son endé... se encuentra en estado natural, solo hay que cosecharlos.
Tal vez tiene sentido lo que él dice. Tal vez debí correr con más fuerza, tal vez no corrí con suficientes ganas. Ahora veo el cielo distinto. Nunca supimos por qué nacimos. Nunca supimos por qué entonces debíamos morir. De alguna forma nunca nos importó ¿Por qué habría de importarnos ahora? Somos los despojos de la humanidad. La siempre trabajosa tarea de abrir los pulmones a la respiración por una vez me resulta ligera. Estamos solos en un planeta que no nos deja deambularlo. Parece conforme él. No sé qué apariencia habré tenido cuando me alteraba que no me viera mientras le hablaba ni si le importó fijarse en ello. Pero pude escucharlo perfectamente y fundir sus palabras con el paisaje. Me sentía mal cuando renegaba de todos esos discursos y ahora que me permito escucharlos, se siente bien pero siento otro malestar como si el mismo se hubiera desplazado. No puedo ni empezar a imaginar qué destino les depara a aquellos que están atravesando la negrura del espacio en este momento ¿Será tan negro el espacio? Ellos saben. Pero acá ya no importa. De nuevo no importa. No me importó cuando pudo ser de interés, ya es tarde para que pueda importarme.
—¿A vos qué te pasó que perdiste el cohete?
—A mí nada, no quise subir. Los dejé ir nomás.
—¿Entonces por qué sonreís?
—Bueno, es más fácil sonreír cuando acepté las consecuencias ¿Vos sí lo perdiste?
—Me quedé dormida. Parece joda, me desperté a tiempo para correr y ver que cerraban todo y se iban. Nadie me vio llegar sin aliento cuando ya encendían los motores. No quedaba nadie en la estación de micros que se los llevaba al cohete ¿Por qué lo dejaste ir? ¿Por qué te quedaste?
—Se habló mucho de ese plan y de que algunos tendrían que quedarse. Nadie, nadie iba a aceptar quedarse. Sabía que, si iba, presenciaría la selección de quienes tendrían que quedarse. No quería que me elijan ni quería ver cómo elegían a otros que desesperarían por subir. Preferí quedarme y ahorrarme todo ese espectáculo.
—No lo había pensado. Qué extraña decisión ¿Y cómo es que no nos cruzamos con toda esa gente que debió quedar? ¿Cómo es que no te crucé antes?
—No sé. Supongo que algunos no pudieron sobreponerse a quedar fuera de la salvación. No sé los que intentarían seguir adelante, tampoco me crucé a ninguno. Yo recién llego acá, vengo de más cerca del puerto. Tengo esta idea quizás no tan apremiante pero aún a considerar de que habrá que rebuscar en otros poblados a medida que se vaya agotando el alimento.
—¿No te parece que corremos el riesgo de encontrar a otros supervivientes?
—¿Por? ¿Soy yo un riesgo?
—No, pero sos otro humano, y hacés que vuelva a ser humana. Y cuantos más seamos, a más vamos a tener que cuidar, o traicionarnos. No veo nada alentador en ningún panorama. ¿Cómo es que no encontraste esa dichosa lona? No es que tengas que comprársela a nadie.
—No la busqué, sé que las hay pero no me interesó en ningún momento buscarlas. Quizás ahora valga la pena tratar de sobrevivir.
Ahora empiezo a ver que ese destello en sus ojos no es de simpatía, no es de esas sonrisas leves que solamente arrugan los ojos. Ahora noto cómo se constriñe sus voz en su garganta.
—Bueno, a buscar pues. Y supongo que no es tan mala idea buscar supervivientes. De todo lo que hablamos igual dudo que encontremos un auto que sea capaz de andar.
—Puede ser ¿Sabés algo de mecánica?
—Nada
—Aprenderemos
Aprenderemos.

5 de febrero de 2017

Castillo de arenisca

Afuera, el aire frota todas las superficies con fuerza. En el cielo no hay una nube que se delinee en el agudo azul. Los dedos abrasadores del sol parecen descender hasta jugar con la arena, indiferentes al viento. Una alta túnica envuelve los pasos de un ser que no deja huellas en el desierto. La capucha cuelga tras de sí, expone un rostro despejado, un semblante solemne.
Afuera, el viento es silencioso, el aire se desplaza con fuerza, con velocidad, implacable, pero silencioso. La construcción a la que entra el ente envuelto en negras fibras se alza de la propia materia que compone los cimientos del desierto. Como una continuación del suelo, algunas almenas en lo alto, en cada rincon torres más algunas alzandose por sobre la propia cúpula. Pero nada discernible en la distancia, indistinguible del arenoso horizonte.
El individuo siente sobre sí el aire cargado y vibrante mientras recorre pasillos absurdos, interiores tubulares, corredores sin ángulos ni aristas. El suelo continúa en paredes que se encuentran en el techo. De las paredes salen y a los suelos penetran gruesas mangas de caucho, vainas que recubren extensas trenzas de cobre que se ocultan dentro de la construcción y perturban nuevamente los corredores.
Se suceden habitaciones con la misma lógica de material arenoso y continuo, sin amueblado o decorado alguno exceptuando los gigantescos discos herrumbrosos que muestran sus dientes asomar y hundirse en las paredes. Esta persona no se detiene a observar y continua su marcha.
Finalmente llega él, cuyos brazos se entrelazan por dentro de las mangas, por delante de sí. Llega a una habitación, esta sí con suelo distinto de paredes distinto de techo. Pero el suelo se ve interrumpido al llegar al centro de la habitación, donde un inmenso abismo hunde el piso fuera del alcance del ojo más agudo. En ese borde se detiene el hombre y observa, del otro lado del abismo, un cuerpo desnudo de brazos y piernas extendidos fijo a la pared que cae sin límite por unas gruesas cadenas en muñecas y tobillos.
La cabeza que cae aparentemente inerte sobre el tórax se alza con firmeza, ambas presencias se reconocen y el cautivo habla. Nuevamente en este castillo, no le asombra en lo más mínimo. El visitante lo observa callado y el chico encadenado se sacude, los eslabones restallan por sobre el tronar de cada paso de los engranes. Cuando finalmente habla no parece realizar esfuerzo alguno pero su voz se impone por sobre toda otra vibración.
"Nuevamente en este castillo. Pero esta vez no habrán hadas u ondinas que te visiten. Alguna vez te libraste y anduviste a tus anchas por el mundo. Bosques se han podrido a tu paso, campos se han vuelto cenizas. Abusaste de él y ya no volverás a librarte." El joven cautivo gestiualiza en su rostro dolor o furia, no puede precisarse. "Tal vez tuviste en su momento la equivocada idea de que este castillo había sido construído para retenerte, de que sus engranajes tronaban para sujetarte en tu sitio. Qué equivocado ¿Comprendés la naturaleza del cable que penetra en tu espalda?" El chico se retuerce, tras su torzo se ve esa vaina oscura acompañando sus movimientos. "Joven, no esperes la visita de nadie más que de nosotros. No tememos tu imposible fuga, disponemos de la certeza de tal imposibilidad. No poseés la capacidad requerida para tal hazaña. Tu absoluta existencia es la razón de que truenen estos absurdos mecanismos. Vos te estás dispersando en el éter en forma de pérdida eléctrica a través de este pesado cableado que absorven de tu cuerpo y nada alimentan. Este castillo no te contiene, este castillo te representa. Este castillo sin sentido es todo lo que jamás serás. Nosotros somos el testimonio de ello."
El hombre da su espalda al chico y se marcha. El joven, con el rostro fruncido de consternación se dirige a la calva nuca que puede ver:
"No te recuerdo pero tu cara me es vagamente familiar ¿A quién conocí yo antes? ¿Era tu padre? ¿O acaso tu abuelo?"
El ceño del visitante se retuerce, su labio superior se eleva en el gesto que arruga el tabique de la nariz. Pero el furibundo fuego de sus ojos no logra ocultar el pavor que habita en lo profundo. El joven no puede ver nada de todo esto pero lo imagina. Y sonríe.

Sentenciado

Si se puede ser culpable e inocente a la vez, este hombre lo fue. Era enclenque pero nada tímido. Lo llevaron a juicio en una amplia sala con muchos asientos de madera. Cruzando el gran umbral podía verse el atril detrás del cual observaría el juez, un viejo de pelo corto y expresión insondable. Dos guardias llevaban al acusado firmemente agarrado del hombro con una mano y de la muñeca con la otra. Se encorvaba por la forma en que lo agarraban y miraba al suelo porque nada de esto le gustaba. Sentados en la sala habían unas pocas personas arrimadas al frente, nadie interesado en él, algunos estudiosos observando y un par de periodistas.
El juez habló de cómo este hombre había sido atrapado una noche en su casa luego de que se descubriera su culpabilidad en casos de robo, secuestro y violación. Ni siquiera el estado dispuso un abogado para el acusado. Luego de su perorata, el juez preguntó cómo se consideraba a sí mismo el acusado. Él guardó un silencio que ni el juez se atrevió a romper para aprontar su respuesta, no recordaba haber cometido ninguno de esos delitos pero tampoco recordaba ser inocente. Si bien la prioridad es la inocencia hasta probar la culpabilidad, los guardias se acercaron y lo alzaron suavemente de las axilas. Tenía la horrible sensación de que en su mente él había aceptado ser culpable y que todos en la sala se habían dado cuenta.
Por una puerta en un costado, detrás del atril, lo condujeron a su celda sin necesidad de salir del edificio. Caminaron largo rato por un pasillo, las demás celdas estaban vacías, las paredes de las suyas presentaban un patrón de rocas rectangulares. Lo empujaron con suavidad a través de los barrotes, por la puerta que cerraron detrás de él, y se marcharon los guardias. Él se sentó en una cama de metal, sobre un colchón que dejaba sentir cada alambre y resorte de la estructura de la cama. Allí no habían ventanas, quizás estuviera bajo tierra. El tiempo pasó de una forma extraña, podían haber sido minutos, horas, incluso días, como si sentado allí estuviera saltando tiempos.
Así se la pasó sentado, cavilando sin tener claro qué, cuando un trozo de pared se hizo hacia atrás y luego hacia un costado marcando un umbral hacia un pasillo en penumbras. A pesar de la oscuridad, contra la penumbra se recortaba una menuda figura, con la misma postura solemne que él mismo lucía durante el juicio, sumiso como resignado. Esa repentina aparición tenía que ser una invitación, la aceptó u se levantó para acercársele. La figura era claramente una mujer con el pelo negro azabache cayéndole cuan largo era por la espalda y un velo de luto que le ocultaba el rostro.
Cuando él estuvo a su lado, ella se corrió para abrirle el paso. A intervalos regulares había en las paredes antorchas que iluminaban muy débilmente, la mujer agarró la primera de estas antorchas y la mantuvo en alto frente a sí para guiar al hombre a lo largo del pasillo. Caminaban uno al lado del otro y no había lugar para nadie más en el ancho de ese sendero. A él ya no le importaba nada, hacía rato que le había dejado de importar el mundo, la realidad, lo que pudiera ocurrir; pero tuvo una sensación, como un recuerdo de lo que era preocuparse. Sentía una especia de intriga por lo que pasaría, hacia dónde se dirigía, pero ya nada en él era igual. Ahí donde se encontraban, las cosas abstractas como el rencor, el interés, el miedo, perdían sentido y quedaban reducidas a un capricho infantil, un berreo de bebé.
Luego de mucho caminar y que el túnel no se alterara en lo más mínimo, recorrió su cuerpo la necesidad de resolver por qué había llegado hasta ahí. Ese pasillo se había abierto y entró porque no podía ser peor que el claustro de la celda. Esa celda era la pena asignada a sus cargos pero ¿qué cargos? El juez lo había acusado de robo, secuestro y violación pero, aunque no podía jurarse inocente, no tenía memoria de haber robado nada, ni secuestrado a nadie y mucho menos violado. Estuvo casado un tiempo, tuvo hijos que crió, había estudiado y ejercido su profesión.
- ¿Estás seguro de que no robaste nada? – Sonó suave pero doliente la voz de esa mujer en la cabeza del hombre. Él estaba a cada paso más convencido. Sí, estaba seguro, pero no daba la respuesta. A la par de convicción, crecía en él algo incierto, misterioso, que lo forzaba a callar esa respuesta. Y la mujer volvió a hablar con esa voz-. Entonces podés decir que te pertenecía todo aquello de lo que dispusiste en vida. El dinero que intercambiaste por los objetos que no produjiste, el dinero que se multiplicaba en tu cuenta bancaria, los materiales del ecosistema de los que dispuso tu civilización. ¿Tampoco robaste tiempo a tus iguales? Podés decir que no los secuestraste, sometiéndolos a tu voluntad con la excusa de que necesitabas de sus servicios, nunca tuviste de rehén a tus hijos que llegaran a mimetizarse con tu imagen.
Ella calló, él tenía que responder algo. Sin embrago, toda la convicción de inocencia se convertía en un pesado error. Ya sabía a dónde iba, podía verlo al final del corredor aunque todo estuviera oscuro. No quería creerlo pero estaba claro que no era de otra forma. La mujer tenía todas las respuestas, él las diera o no. Solamente quedaba plantear una alternativa contraria: - Yo no… - pero no pudo, era consciente de que hasta la violación tenía una aplicación metafórica tan amplia que no podía más que ser verdadera. Debía pensar ¿qué es la violación? Extraer satisfacción sexual forzando el cuerpo de un prójimo ¿cuántas satisfacciones había obtenido, o buscado, de sus pares comprometiéndolos en situaciones indeseadas para ellos? Satisfacciones mundanas y divinas a la vez, como el sexo.
-¿Y ahora cómo va a ser?
- Volvés al espacio que ocupaste, pero sin tiempo. Entregaste tu vida a un consentimiento contrario al mundo. Viviste oponiéndote al discurrir de la realidad. A la par de tus congéneres te aislaste, te uniformaste, quedaste estático en el tiempo y el espacio. Ahora volvés a la realidad como la llevaste toda tu vida, pero exento de tu cuerpo.

                Un punto creció al frente, un punto de luz. Los muros se discontinuaban y el túnel daba lugar a una extensa playa arenosa. En el horizonte, una franja azul insinuaba el mar, o la desembocadura del río. Él contemplaba el terreno sin cruzar aún el umbral, miraba más allá con un apagado recelo, habían personas diseminadas en todo su campo visual, unos más viejos, otros más jóvenes, ningún niño, todos ellos parados quietos en su lugar. Era una playa. La metrópolis donde vivió había sido una playa aunque él se la imaginaba como una pradera.

                Sentía cómo pesaban sus propios párpados y no le importaba sostenerlos abiertos. Aún quedaba una cosa: se volvió para mirar a la mujer, de larga túnica negra como su pelo azabache ceñida al delgado cuerpo. No podía ver a través del velo pero imaginaba.
- No me voy a quitar el velo- dijo ella impasible-. No me verías, verías lo que querés ver en mi, todos los que vienen aquí quieren creer eso de mi. Mi rostro no es una calavera. Ahora podés pasar y ocupar tu lugar. Tus pasos te llevarán, como lo han hecho siempre.

                Caminó con paso invariable hasta el punto que había dormido durante su niñez, salvo que no habían paredes ni baldosas, sino piedritas y arena. Pasó junto a rostros familiares, gente que había conocido, pero esas visiones no le producían ningún cariño, ninguna nostalgia, nada le producían, eran solamente recortes de su propia memoria. Sin sentir en absoluto, se ubicó en su lugar mirando tierra adentro y su último pensamiento fue la oscuridad de por qué se ubicó de espaldas al agua, de cara al continente. Así él se apagó definitivamente.

4 de febrero de 2017

Mientras

Mientras haya luz, habrá vida
Mientras haya movimiento, habrán cuerpos
Mientras hayan sombras, habrán alimañas
La luz atravesará los cuerpos
La vida alimentará a las alimañas
Todo movimiento tiene su réplica
El mundo no se guarda sus respuestas

Más de mí

Estoy vivo en el presente. Piso en puntas de pie los bordes de una realidad que se desmoronó. Pierdo el balance y caigo sobre quienes siempre estuvieron ahí, siento cómo mi cuerpo presiona esas manos siempre en contacto conmigo. Quise ser yo y ahora, entregado, tal vez lo esté siendo. El pasado fue una bella fantasía que me hubiera gustado poder plasmar en arte y hacerla trascender. Pero ya no es. El futuro es incierto, caótico y en él me siento un impertinente.
Es duro ver el dolor de los demás, abrir bien los ojos y encontrarlo tan cerca. Las normas que uno erigió para entender a la vida y entenderse uno mismo no son reconocidas por los demás. Entonces es crisis ver gente querida transitar y no procesar la experiencia como uno mismo cree que es provechoso procesarla. A ellos les escucho dar fe de estar resistiendo y aprendiendo. Yo no les creo y entonces me encuentro actuando igual en mis propias penas. Igual pero distinto. Igual de creído pero creído según yo.
Quisiera sentirme dueño de mis herramientas. ¿Cuántos se habrán presentado ante mí que en verdad eran dueños de sus herramientas? ¿Cuántos buscaban jactarse superficialmente de tal dominio? Busco compañía, brindo de mí cuanto creo valioso. Pero en nadie encontré la compañía que gusto y probablemente nunca brindé lo que cada uno esperaba de mí. ¿Busco agradar? Quiero que me quieran. Quiero que confirmen que esas normas que erigí son válidas. Quiero que confirmen mi existencia.
Alguna vez escribí en versos y en tantos textos tendí a iniciar cada verso con "Quiero" ¿Habla eso de mí? ¿Habla de lo que estoy escribiendo o de lo que no? No estoy inventando, estoy volcando en crudo lo que contengo. ¿Quiere alguien ver eso? ¿Puede interesar y valer algo a alguien? ¿Hay un alguien así y puede acaso adquirir la dimensión de un colectivo de individuos?
Me abstuve de escribir porque faltan ideas que escribir. Las fantasías no adquieren suficiente cuerpo para formar palabras. Pero retomaré la escritura aunque deba presentar fogonazos de pensamientos. Quiero sentir las teclas cediendo a mis dedos ágiles. Porque lo son, no me cabe duda. Y me encanta.

Más allá de la pared del desvelo

Los garabatos como llamas consumen las hojas en blanco. Las venas se ahorcan con cada frenético movimiento que persigue una idea como a fueg...