31 de marzo de 2017

Otro

Los golpes retruenan en la madera de la vieja casa. Una de tantas que aún no fue derribada. Ya olvidada es el lugar ideal. Marchan cargando con el menor de los cuidados a alguien más. Afinando el oído se puede distinguir, entre los golpes secos de la madera, el rechinar de las articulaciones, un silbido neumático. Fríos como ellos mismos arrojan a otra persona en la habitación abandonada. El cuerpo contraído se desploma como inerte pero pronto, al saberse liberado, comienza a convulsionar. Las extremidades encuentran asidero en el suelo y los muros, palpan, reconocen las superficies. La integridad mental dura poco. Aún más pronto los ojos registran y desgarran las cuerdas vocales. El cuerpo vuelve a contraerse pero es imposible escapar. Los fantasmas están por todos lados. Esa garganta ya no vibra, solo de muy cerca se percibe el soplido de una respiración. Pequeños espasmos evidencian el burdo intento de ese cerebro de reconocer la vida en el cuerpo. No volverá a comer, no volverá a beber, no volverá a defecar. Solo respira. Y ve. Y prefiere no ver.

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