22 de octubre de 2011

De números no hay nada escrito


Hay toda una sociedad de números sometidos al ojo humano. Imagínenselo al humano levantando una ceja acercándose, con una inclinación, de costado a los números. Pobres inocentes números, algunos menospreciados, de otros se esperan grandes magias. Todos cargan alguna mochila. Si termina en cero es un número completo, le llamamos redondo sin disgustarnos por pensar que sea gordo. Si sólo es cero, no existe. Si termina en nueve es demasiado grande. El uno está muy solo, el dos juega y también es justo y justifica al cuatro, al seis y al ocho. Al diez no, el diez se justifica solo porque es dos cincos. El cinco es la mitad siempre pero se para con cierta firmeza porque es más que el cuatro. Sin embargo, el cuatro no es poco porque mantiene cierta magia de antaño aunque nunca logramos usarla, son las cuatro estaciones, los cuatro elementos, las cuatro esquinas de los cuadrados (que son importantes, aunque nos duele lo rectos que son y no queremos ser cuadrados, pero eso ya es hablar de figuras geométricas). Algunos desprecian el tres pero no olvidan las referencias religiosas que tiene, además de ayudar a construir los triangulos. El tres tiene una agudez que puede lastimar pero que brinda poder, recuerda más los ángulos de las estrellas que el cinco, con cuya cantidad se suelen figurar las estrellas. El tres muchas cosas y tiene un hermano que en estos tiempos está quedando muy de lado habiendo sido tan mágico hace siglos, hablo del siete. A mí particularmente me agrada mucho ese número, quizás porque nací el séptimo día, hablando de séptimo día recuerdo otra referencia religiosa pero que hoy en día nadie considera a la hora de juzgar al siete. Es hermano con el tres porque ambos son imposibles de dividir, pero en el caso del siete esa cualidad nos molesta mucho. Creo que por eso es tan despreciado, no queremos encontrarnos con un número que no podemos someter a nuestra división. Ahora que lo pienso, quizás sea el miedo la razón. De hecho, veo que es el más poderoso. Ya dije que el nueve es demasiado grande, ese sí molesta con su gordura. El ocho es más tierno, también gordito pero remolón, quizás porque éste si puede ser dividido muchas veces. El seis creo que lo dejé para el final porque genera cierto miedo. Aunque últimamente se lo siente más amigo, creo que todavía recuerda inconcientemente una relación demoníaca y es que hace siglos, al contrario del tres, se lo relacionó con los demonios. Pobre seis, redondo como el nueve pero más pequeño, yo creo que es inocente de todo lo que se lo acuse. Viéndolo con atención me parece un niño. Y es el doble que el tres, y si al tres lo podemos creer celestial... Lo que sí, no hablemos del otro lado de la coma. Creo que es una prisión intradimensional, una reclusión a otro plano a donde echamos algunos números que quedan varados en un caos horrible. Son innumerables, y andan todos apretujados en un infinito contrario al que está de este lado de la coma, donde se los ve tan cómodos y ordenados. Los números son diez y el diez es una farsa como todos los que se enumeran después de él. La única verdad es ese último número que mencionamos pero que en realidad está cómodamente ubicado en lo que es realmente el primer lugar.

Más allá de la pared del desvelo

Los garabatos como llamas consumen las hojas en blanco. Las venas se ahorcan con cada frenético movimiento que persigue una idea como a fueg...