19 de noviembre de 2010

Un Lenguaje Distinto

Cuando estamos así, parece que hubiera un silencio. Pero la verdad es que no queremos parar de hablar y es por eso que estamos así, así recostados sobre el otro. Esa cercanía que se logró después de algún intercambio verbal con treinta centímetros de aire entre nosotros, esa cercanía aún vencida por el contacto de nuestros cuerpos es toda la comunicación que hace falta. Y es mucha comunicación, es la transmisión de secretos que las palabras aún no logran codificar. Por eso algunos ignorantes dirían, sin dejar de apreciar la escena, que estamos en silencio. Pero no, no paramos de hablarnos y decirnos esas lógicas incoherencias que deriven del cariño mágico que compartimos. Un cariño que quién puede explicar sino con burdos "amor-a-primera-vista". Yo sé que no es amor a primera vista, confío en que estés de acuerdo conmigo. No puedo llamarle amor a nada de lo que haya habido cuando oí de vos por primera vez o cuando te vi ahí por primera vez, aunque para cuando te vi ya parecía conocerte. Tampoco podría decir, aunque aquí mi conocimiento se ve interferido por mi voluntad, si lo que compartimos ahora es amor. Al encontrarte, al comenzarte a conocer, al recibirte en mi vida e invadir la tuya, eramos pura incertidumbre e ignorancia. Quizás sin tanta ignorancia ya, pero la incertidumbre se mantiene en igual magnitud. Pareciera que hayamos creado certezas, certidumbres, porque haberlas, las hay, y las tenemos; pero no importa cuanto aumenten en cantidad, la incertidumbre del principio se mantiene intacta, impertérrita. No, no había amor, esa cosa tan fuerte. Habían montones de guijarros en nuestras almas estoy seguro, y a asombrosa velocidad los juntamos y comenzamos a dar forma y transmutar este sentimiento que parece mutuo y cuya mutualidad se ve obligada a sortear el espacio que es tanto entre nosotros. Porque mientras vos estás allá, yo estoy acá, y es el mundo entero entre nosotros. Sí, eso es lo que ocurre, nos encontramos de pie en polos opuestos del mundo y ejercemos esa maravillosa mágia de la naturaleza que es la gravedad entre nosotros. Esa fuerza que se propone llevarme a vos me tiene aplastado contra el planeta. Lo haría estallar para que nada hubiera interpuesto, lo haría estallar y al cuerno con todo lo que hubiera en él. Pero lo pienso bien y entiendo, en él estás vos, y quizás también yo. Te deseo de nuevo entre mis brazos, recostada, aunque sea sobre la humedad del pasto entre la polusión de la puta egoísta ciudad. Te quiero a vos a pesar de la distancia, a pesar del tiempo, a pesar de tu silencio, a pesar de mi estridencia. A pesar de mi cuerpo que se abraza al frío de las baldozas de su casa porque no puede sostenerse en pie si no es para sostener la calidez de tu torzo en brazos. Quiero maldecir y mandar todo al carajo, quiero ser garras y monstruosidad, quiero reconocerme lo que siempre fui hasta antes de conocerte, quiero esas barbaridades mientras no te tengo porque nada más tiene sentido. El cariño y el deseo que siento por vos son un amor tan grande que no caben en mí.

4 de noviembre de 2010

θέατρον

En el escenario, hay sola y solamente, un par de brazos sobre rodillas, un par de piernas cruzadas. La piel suave sonríe desde los huesos al público. No podemos eludirnos del embelesamiento que provoca, sola ahí, mirando fijo a todos sorprendentemente. Porque vos consultas con la mirada a los demás, y por mi parte te lo confirmo, creí haber sido confirmado por otros quienes imagino te habrán confirmado. Que, en efecto, todos nos sentimos pertinentes a esa mirada panorámica. En su cara no hay sonrisa, y menos mal, esos ojos por sí solos son demasiado blancos. Y esa tersa piel tan ajustada a los huesos, como ya dije, es una sonrisa en si misma ¿A esto vinimos? Ya olvidamos la instancia previa a entrar y vagamente tenemos la certeza de habernos introducido en este salón. Pero está claro que aquí estamos, sentados tal vez, todos mirando a ese ser, que sin duda alguna es mujer. Y ella, sí, ella, no hace más que estar ahí claramente sentada cruzada de piernas, cruzada de ideas, cruzados los dedos en el anverso de la rodilla. No los dedos, sino los huesos de los dedos. Y es una completa incógnita tanto si las costillas no se estarán cruzando, jugando a comportarse sin que nadie lo sepa. Y, si a ello juegan, han de estarlo haciendo muy bien, ya ni vos ni yo ni ningún otro de nosotros es capaz de discernirlo. Fuera alguno de estos susodichos y nombrados sujetos capaz de discernir, de paso sea, qué motiva a esta maravillosa criatura a permanecer en la más absoluta de las parálisis. No creo que alcancen las miradas para comunicarlo. Pero no dejo de sentirme observado ¿Lo dejás vos de sentir? Verdad que no. Creo ver en todos nosotros esa misma perturbación, casi como si fuera simultanea. Empiezo a sospechar, empiezo a temer, que nada fuera nunca ni aún en un principio anterior al que nos origina, como lo venía yo creyendo en oraciones previas a la que ahora pronuncio. Me empieza a embargar un miedo que sería irracional sino fuera porque tiene una razón de ser y, si estás sintiendo un miedo e ignorás su razón, quizás coincidamos en ambos. Acaso no estemos nosotros observándola y no esté ella montando un espectáculo ante nuestros ojos, sino seamos nosotros; vos, yo y todos los aquí presentes, quizás incluso con sus sentimientos y temores, sus pasados y sus potenciales sucesiones; una farsa, o una muy cierta ficción. Si es así ¿qué esperamos para actuar? ¿Y qué es lo que hay que actuar? ¿Qué vino ella a observar? Recordá, recordá, que todo este tiempo se mostró cómoda y divertida y alegre e interesada en nosotros ¿Qué hacíamos? y ¿cómo lo podemos seguir haciendo?

Más allá de la pared del desvelo

Los garabatos como llamas consumen las hojas en blanco. Las venas se ahorcan con cada frenético movimiento que persigue una idea como a fueg...