26 de marzo de 2013

ESA MUJER -Rodolfo Walsh

El coronel elogia mi puntualidad:
­Es puntual como los alemanes ­dice.
O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán.
Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
He leído sus cosas ­propone­. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.

16 de marzo de 2013

Lo olvidado que debía ser realizado

Back on the road es un volver a la ruta, volver al camino, a un sendero que nos reconoce y en el cual nos identificamos. Aunque también suena a volver al rodeo, a la aventura, a la carrera.

Ahí está otra vez en el espacio eterno de la ruta que antaño olvidara. Ahí está. Otra vez observando la inmensidad, tan pequeño él. Como un pibe salvaje frente a un escritorio. Como un pibe con una hoja en blanco ante él en una habitación vacía salvo por el polvo. Con la respiración trémula por los golpes de los truenos que suenan alrededor, pues no es una ruta de luz la que tiene por delante. Él está ante el mundo, ante la vida. El camino, que ya mucho pedir es que esté asfaltado, no está envuelto en día ¿Qué clase de persona puede creerse él para merecer tal regalo? No, él está ante lo imprecisable, lo indefinido, la verdad. La inmensidad está ante él y sus ojos están a merced de la inmensidad.
Tiembla su cuerpo con el frío. Frío de fricción. El viento arremolinase entorno suyo. Las nubes ve él por encima, las ve culpables de ese frío e inclina la cabeza en gratitud. El frío está en su cuerpo, si no lo quiere, debe echarlo. Mira su torso y lo encuentra envuelto en brazos, dos, los suyos. La orden de apertura es desobedecida pues fuerte es la percepción del hielo que amenaza atravesar sus pulmones. Como un bufón burlón, el frío cinético se apoya sobre su espalda doblándolo. Lo doblega. Él vuelve su mirada a las nubes, las ve moverse como llevadas por la corriente y recuerda las zambullidas en piletas frías.
Despega sus brazos del cuerpo y la rigidez busca abrigo en sus piernas. No puede permitirlo, las necesita para iniciar. Tuerce sus muñecas, dobla sus rodillas. Da sus pasos como lo haría una estatua ¿Cómo lo haría una estatua? Destruyendo su integridad. Así se quiebra la frigidez de la rodilla y muerde el hielo en su anverso. Como un suicidio se extienden los brazos a los lados. Como una ardiente amante, el frío le abraza buscando contenerlo completamente. Se sacude lentamente, progresivamente, robando a la hipotermia ambiental su energía cinética.
Todo lo recuerda desde lejos. El frío se quedó en el punto de partida allá en la distancia. Él puede ver la distancia con un simple movimiento de cuello. Puede ver cómo el hielo gaseoso marca el inicio del camino y no es consciente del trabajo motriz que realiza él mismo. Ve sus propios miembros invadiendo el asfalto por delante de él, se observa ajeno y contenido por un simple miedo. Y es que sabe él, sabe que si quisiera dominar esos movimientos inconscientes perdería el control y los movimientos. Los siente, los movimientos lo sienten a él también. Todo su cuerpo es una masa homogénea. Y el mundo pasa a su lado pero no para, el mundo no para. Árboles y bosques enteros a la vera del camino a su lado pasan. Después ya no hay árboles hasta donde llega la mirada. Después aparece un árbol y después otros tantos y nuevamente pasan a su lado bosques. Y encrucijadas que él ignora y sigue adelante con el andar veloz.
Siente el ondular de su pecho como siguiendo las curvas de las nubes grises que apagan el día y se iluminan con la luz cósmica de la noche. Siente sus pulmones turnándose al frente, impulsándole a continuar su andar vital. Siente que todo está en su respiración, en el aire que ingresa en su organismo accidentalmente. Ya la atmósfera no sopla, el mundo no gira. Él gira entorno al mundo, él es viento para la atmósfera. Si caminara río arriba, los mares se vaciarían y toda el agua volvería al cielo. Pero no camina por los ríos, sus pies son de tierra y su cabeza es volátil. Su corazón es de agua contenida por el barro de su piel. Todo el mundo abrumado se detuvo. Todo el mundo salvo las nubes. En todo momento él puede verlas, puede ver sus impasibles líneas, sus contrastes inalterables de grises. Él sabe que nada de eso puede ser así, así como sabe que no debe ser consciente del trabajo que él mismo está realizando. Las ve una vez más. Su calma aparente es la máxima desesperación por mantenerse al paso que él lleva.
Y así nadie jamás podrá apartar al pibe salvaje de la pila de hojas ennegrecidas de tinta azul que caen a sus lados frenéticamente. Tal vez cuando los músculos de la mano finalmente se sequen, tal vez con suerte la tinta de la lapicera se acabe antes. La mano firme deja atrás las mismas frases que sólo se reformulan pero no hacen más que hablar de un eterno inicio en una carrera sin meta. Y el pibe escribe con su mano suicida. El pibe escribe sin saber qué escribe porque teme que ser consciente le impida concluir la tarea que inconscientemente continúa siendo inexorable. El pibe escribe igual sin detenerse a comer, sin detenerse a releer, sin detenerse a beber, nutrido sólo por la fe. El pibe confía en que su escritura se inició por un propósito y cree fervientemente que donde hay un propósito hay una realización y piensa que no es necesario conocer ese propósito y esa realización porque son forzosos. El pibe escribe.

5 de marzo de 2013

Señal al Ruido



Entonces, mientras ellos dos discutían, sin saberlo dejaron de discutir. Primero vieron el movimiento silencioso del otro y se sintieron insultados, segundo ocurrió que notaron su propio silencio y se sintieron asustados, tercero ocurrió que los oídos faltos de sensación sonora comenzaron a chillar un silbido horrendo. El grito que sus gargantas no podían proferir.
Ellos discutían a un volumen que habría atravesado la espesura de las medianeras y llegado a oídos vecinos pero estos no se hubieran percatado pues no era el cemento sino una barrera de histéricas voces y música cliché la que espesaba el aire contenido en esas casas. Fue cuando dejaron de discutir los aquellos, que estos vecinos a ambos lados de la pareja dejaron de escuchar sus programas televisivos. De golpe un simple acto de inhalación permitió con facilidad el paso de una bocanada inmensa de aire pues los pechos ya no estaban apresados por el pesado ambiente.
Mientras todas las casas albergaban sus propios estallidos diversos y caóticos, las vibraciones lograban atravesar los muros y se deslisaban por el suelo. Ya fuera, el aire nocturno bullía con la transmisión de toda la materia alrededor. Todas las criaturas callejeras dormían sueños intranquilos y los débiles huesos de las aves se sentían martillados por estas vibraciones aéreas cuando todos despertaron con una fuerte sensación de vacío que se los traga. En esos momentos ninguno de los animales ni nadie oyó la colisión de dos autos donde uno había intentado alertar llegando al cruce de calles pero el otro nunca escuchó la bocina y chocó contra la carrocería que absorbió todo el impacto y se dobló por completo sobre sí misma.
Sólo los insectos, con su percepción temporal tantísimo más extensa, sintieron sobre su exoesqueleto vibraciones extrañas justo antes del silencio absoluto.
Un grito. Proveniente de muy lejos de allí, causando el apagón sonoro culpable de todos esos casos y otros cuantos por todo el mundo donde embotellamientos completos se vieron desprovistos de medios para expresar su rabia. Nadie que careciera del oído adecuado para oír ese leve instante en que se expandió el grito por todo el mundo, entendería qué ocurría. Sólo los insectos que confundidos por ese grito cambiaron de camino.
Una persona sobre la losa del techo de su casa, ni lo suficientemente alto para estar por encima de las casas del barrio, no se vió beneficiada por la meditación a la que rogaba un poco de paz. Pero sus pensamientos no le abrirían caminos de armonía, pues no había silencio real contra la cacofonía mundial. Buscaba quietud a las turbulencias de su vida y no la encontraba en un aire viciado de smog y estridencia. Conforme se apaciguaban los elementos cercanos, se hacía más sensible a la locura lontana. Reconociéndose sin escapatoria a la histeria masiva, perdiendo noción espacial para ubicarse temporalmente en una tranquilidad efímera, casi falaz, presente que no duraría en el futuro tan carente de tranquilidad como el pasado. El cerebro era incapaz de contener tantos pensamientos tan diversos, debía expresar sus comandos en más de un código causando una confusión general en la condición del cuerpo. Éste no llegó a convulsionar pues contrarios movimientos se anularon y sólo una función corporal podía dar fuga a tanto caos.
Un grito ascendió desde su garganta. Un grito que era alarido, un chillido rugido. Comenzó tan contenido que las cuerdas vocales sobrevivieron a lo que habría sido una agresión destructiva. Las cuerdas vocales lograron acompañar esa creciente vibración y cuando los pulmones no tenían con qué manar esa vibración, toda la carne vibró. Así ese grito fue el grito que conmovió al mundo y lo hizo callar.
Y en ese momento de quietud, que detuvo algunos corazones para siempre y todos por un instante, la luz se abrió paso. La electricidad y el calor candente, la luna con las estrellas y el sol. Por un momento fue luz y todos ciegos.

Más allá de la pared del desvelo

Los garabatos como llamas consumen las hojas en blanco. Las venas se ahorcan con cada frenético movimiento que persigue una idea como a fueg...