27 de febrero de 2017

La Entidad

El ente demoníaco encontró un hombre del cual alimentarse. En un momento de distracción se coló en su piel y licuó sus entrañas. Nadie jamás supo cómo se alojó de un momento a otro está entidad pero ahí estaba. Los ojos de este hombre no brillaron rojos, esas son patrañas, el ente no da señales. Pero se encontró con que no abundaba en él su alimento más nutritivo, el favorito de esta entidad: dolor. Pronto agotó cuanto quedaba en él y solo pudo funcionar como transporte. Usando su cuerpo fue que conoció a una mujer y en ella vio el dolor hecho locura, la locura hecha miles de cicatrices. Era la criatura perfecta pero este ente ya había seleccionado la línea de presa masculina y no podía cambiar a ese cuerpo.
Ella creyó que hacía el amor, pero de amor no entendía nada y de hacer menos aún. Él, cascarón vacío, buscaba procrear para procurarse mejor alimento y sorbía cuanta enfermedad en ella residía. La esperma del hombre hueco la inseminó, la mujer dio a luz una hermosa niña, tan limpia y rasa como nunca volvería a ser. El "padre" fijó su objetivo en ella definitivamente. La niña creció y tomó forma de humana, porque lo era y lo sería siempre, el demonio se encargaría de eso. Un niño siguió a la niña y pero no servía de contenedor por mucho que el ente intentara trasladarse. Marcó a la niña con sus intentos de alimentarse, marcó al niño con sus intentos de trasladarse. Ambos críos miserablemente crecieron.
El demonio intentó una vez definitiva y nuevamente fracasó en introducirse en el niño. La debilidad con que regreso a su recipiente cada vez más debilitado, más incipiente, no le dejó otra alternativa que marcharse y descartar ese cuerpo. De ese individuo nadie más supo nada. Pero la entidad había vuelto a su forma incorpórea. Vigilaba de cerca a la niña que crecía tan erecta cómo sus desgarros y quemaduras le permitían. En el mundo ingrato pero no tan cruel, ella tuvo un camino, tuvo una sociedad ingrata pero no tan cruel que la recibía y le permitía hacerse un lugar. La entidad observaba y saltaba de joven hombre en joven hombre buscando darle caza a la niña, atrapado él en su línea alimenticia masculina. Así más hirió a la joven mujer que crecía con el resentimiento en la carne y la duda en el espíritu de si el mundo podía albergar un lugar que sea suyo.
Las desgracias más naturales pueden parecer obra del diablo cuando están enmarcadas en una continuidad miserable. Y enmarcado en la abundancia de pena, ella conoció a un joven hombre de lo más absurdo ¿Por qué tan absurdo? No podía saberse entonces. El ente observaba la elección de la chica y a ese joven quiso entrar. Se abrió paso como había hecho cada vez anterior por entre los poros y recorrió la dermis del muchacho desde la cual observó a la joven mujer. Había buen alimento dentro de este joven hombre para nutrirse por varias décadas, aunque no olvidaba su objetivo fijo. Pero algo extraño se cernía sobre la residencia en la que había ingresado el demonio. Alguien rondaba ese ambiente carnal, esa alma corrupta, alguien que perturbaba su condición y limitaba su accionar con su sola presencia. Estaba claro porque a ellos pertenece el demonio.
Por meses trató de sorber un poco de la joven mujer que tan bien había sazonado por años pero, sin importar cuánto intentaba tomar las riendas de ese hombre, no lograba que acatara su voluntad. Todos sus comandos demoníacos eran refrenados y mitigados por la mente de este hombre. Algo imposible para un humano salvo que sobre él recaiga la influencia de algún demonio. Y él lo sabía y lo veía rondarle. Los demonios existen en un plano común a ellos pero incapaces de interactuar entre sí. Era en las huellas que aquel dejaba en este hombre que este demonio podía comprobar su presencia. Incluso sabía que su propia presencia había sido delatada y mucha era su frustración al pensar en el deleite que estaría sintiendo aquel demonio.
¿Por qué aquel no había ingresado y engullido el interior de este muchacho? El demonio podía imaginarlo. Se encontraba en presencia de una entidad que había elegido una línea alimenticia femenina. Preocupó al demonio masculino la integridad de su objetivo fijo. Pero no veía en ella ninguna invasión, solo resplandecían en ella las escarificaciones que él mismo había labrado durante esas décadas. Entonces entendió. El muchacho era pues la fijación de un demonio de línea alimenticia femenina pero que, distinto al demonio que tenía su fijación en la chica, no seguía a su objetivo adquiriendo forma corpórea, se mantenía etereo. Y una única razón se formaba en el pútrido pensamiento del demonio. Algo que jamás había visto y tampoco tenía sentido que estuviera pensándolo, considerándolo como una posibilidad.
Amor. Un demonio que había comenzado alguna vez a alimentarse de mujeres, se había encontrado con este muchacho y había gestado amor en sí. Ahora se limitaba a rondarlo, a sorber las lágrimas que exudaba el muchacho en cada tragedia, que eran pocas y débiles según observaba desde el interior el demonio fijado en la chica. Seguramente daría un empujoncito a las miserias del muchacho y lo escudaría para que le durara largo tiempo. Con esta conclusión observó el recinto con mejor atención y encontró las maquinarias de nuevas formas de angustia, apreció la complejidad de los corredores por los que se arrastraba, las formas enrevesadas y extensivas del terror y la repugnancia.
El interior de este muchacho era el banquete que el demonio suponía que le esperaba en las mujeres. El ente para su desgracia había optado en un comienzo por la línea masculina y nunca se había topado con tal jugosa presa. Había consumido sus fuerzas en manipularlo para sorber la miseria que había sembrado en esa chica y doblemente fracasado, pues con ambos se habría alimentado por milenios pero la misma custodia que resguardaba al muchacho le impedía simultáneamente saborearlo a él o alimentarse más de la chica. Sus últimos actos erráticos en su afán por trasladarse de vuelta a la incorporeidad moldearon el epílogo a la relación de esos humanos. El demonio continúa con su fijación, muy débil aún pero con la astucia encendida.


23 de febrero de 2017

El Castillo

Entre la aridez, se alza el castillo. Como una continuidad de la tierra, un accidente más. Sus absurdos corredores no sirven ningún propósito. Presentan cableados de ridículas proporciones y cadenas que cruzan los ambientes. En el fondo de este irritante acceso, una amplia habitación encierra a una persona. Su voluntad se encuentra atajada por esas cadenas que lo envuelven, su deseo es absorbido por los cables que se funden entre sus huesos.
Contra una pared se encuentra él sujeto y bajo él hasta la mitad de la habitación no hay suelo. La mitad del recinto continúa hundiéndose indefinidamente. Se sienten las corrientes de aire quejarse desde lo profundo. En los ojos una mirada se pierde en el vacío, la atención vuelta hacia adentro. Se retuerce y cambia de postura, su rostro se contorsiona y vuelve al mismo gesto apático. De a largos intervalos su cuerpo es sacudido por espasmos y su mirada nunca cae sobre nada, siempre se pierde. A veces sus ojos se entornan de una extraña determinación. A veces se entrecierran débiles, agotados.
Siempre ha habido sol en los siglos de su reclusión. El castillo toma los rayos e incandecen las paredes del recinto sin que hagan falta aberturas que den paso a la luz astral. El interior es claro, cálido de día y frío de noche, pero nunca oscuro como el abismo que se abre en mitad de la habitación.

Las cadenas tintinean. Los cables chispean. Los ojos se alzan y fijan su atención fuera. La salida de la habitación. El cuerpo se impulsa de la pared y cae como plomo. Como si no aceptara el abismo, el vacío se vuelve materia que recibe su peso con fuerza. Se yergue y su cuerpo es deforme, o su postura da esa impresión. Pero su gesto se desentiende y él avanza, caminando sobre el vacío y continuando sus pasos en el suelo. Con movimiento sinuoso, se desplaza por los pasillos. Estos se tuercen para dejarle paso y pronto llega a la salida. Fuertes vientos y relámpagos le esperan. Él, apático, continúa caminando la tierra. El cielo, melancólico, vierte sus lágrimas sobre el desierto arenal.

Llorando

16/2
Lloro
Lloro y no hay consuelo
Y no importa lo que diga o lo que sienta, no tengo perdón.
"Sos imperdonable" me dicen. "Pedí disculpas" me dicen.
Si quieren disculpame ¿Por qué esperan a que lo pida?
Dicen que quieren humildad, pero nunca es suficiente humildad.
Exigen humildad hasta que les conceda humillación
Nadie está dispuesto a humillarse. Pero lo esperan de todos.
Indecoroso, impúdico es aquel que goza, aquel que disfruta.

Es la dialéctica cristiana.
Claramente está presente en todos aunque nadie mencione su creencia

23/2
Lloro
Lloro y es el consuelo
El consuelo de los miserables que se arrastran a la miseria
Buscan un perdón que no merecen porque nada han hecho
Entonces hacen mérito para encontrar un perdón
Un perdón que buscar
Y ser parte de esa mierda a la que pertenezco
La mierda de los miserables que provoca lágrimas para poder llorar
La bosta que encuentra su reflejo y escupe al vidrio

Fui el laberinto de espejos y te perdiste
Pero estoy dentro y no sé si encontraste la salida

Escrito un ocho de octubre

El viento no se lleva los recuerdos ...y para colmo trae otros 
Ahí estamos, al borde de las cumbres borrascosas, en el ojo del huracán, en medio de la tormenta. Ahí están nuestros cuerpos y la mente de cada uno es sacudida por bandazos misteriosos, provenientes de lo más profundo de nuestro laberinto cerebral. Ahí nos encontramos, nos vemos a los ojos, nos tocamos los labios, nos dibujamos en el otro y queremos.
A donde yo vaya, te voy a llevar conmigo. No predigo ni adivino el futuro, no proyecto mis deseos porque soy cobarde. Le tengo miedo a los engaños del futuro y le tengo miedo a mis traicioneros deseos. Al margen de todas esas dudas, estás a mi lado hoy y vas a estar a mi lado siempre y eso es un hecho. Pueden pasar muchas cosas, podemos unirnos aún más y fundirnos en uno, podemos perder el lazo y distanciarnos como el astronauta y la bruja, pero yo voy a quedarme con cariño tu huella siempre, eso es un hecho.
Jamás perderá valor tu compañía, tu mirada, tu tacto, tus besos. Te amo, te quiero con el alma, quiero ser mejor para vos. No quiero prometerte nada porque sé que soy débil, soy muy débil, pero sé que merecés mucho y quiero que lo tengas.

¿Por qué escribí eso? Es natural que no lo haya publicado, que quedara como borrador, pero ¿por qué esas palabras?

Another stripe to the tiger

17 de febrero de 2017

De ojos vacíos

Él llegó en silencio. Se posó sobre la barra, miraba el salón. La chica detrás de la cafetera se fijó en él y fue a atenderlo. Su pelo no lucía ningún peinado que lo caracterizara, pero no daba la impresión de desarreglado. Vestía ropa oscura, de algún color impreciso pero opaco. Esa chica esperó a que pidiera ser atendido pero él le seguía dando la espalda. Algo de vello se veía por debajo de su rostro. Tenía un dejo de impertinencia su postura, apoyaba los codos sobre la barra aunque parecía una posición incómoda. No se sentaba en las banquetas, esperaba de pie. Su vista abarcaba fácilmente el amplio salón. Algo de cómo sostenía su cabeza en alto daba la idea de que estuviera decidiendo algo, o de que lo hubiera decidido ya, y que involucrara el salón. Tal vez esperaba ser reconocido por alguno de los comensales, pero nadie se fijaba en él salvo algún fugaz vistazo, como de quien repasa el escenario y él era parte de ese escenario.
—Buenas noches ¿desea tomar algo?
Él respondió al estímulo de ese llamado de atención volteándose lentamente. Sostenía en su cara una relajada sonrisa. La acentuó un poco más y fue con eso que la chica pudo precisar qué le generaba ese repentino miedo. No era la sonrisa, que por sí misma podía transmitir calma. Pero al moverse los músculos en su cara se hacía patente la ausencia, casi como si te quitaran el aire, de brillo en esos inexpresivos ojos. La muchacha resistió un escalofrío y devolvió la sonrisa. De a momentos ella desviaba su atención mientras esperaba alguna respuesta para no delatar la inspección que realizaba a esos ojos que sin el menor cuidado la miraban fijo. El iris era marrón oscuro, las pupilas se cerraban naturalmente bajo la luz de las dicroicas pero había que fijarse atentamente en ello para no tener la impresión de que sus ojos estaban dilatados en exceso.
—Solamente estoy de visita ¿Vos deseas tomar algo conmigo?
Entre presa de un extraño mesmerismo y víctima de una profunda perturbación, sintió la necesidad de responder con voz alzada y firme que no. Logró controlarse aunque su garganta emitió un casi imperceptible gruñido. Un mozo vino a pasarle un pedido y la liberó del embrujo pero ese visitante seguía fijando su vacua mirada en ella. Podía sentirlo aún dándole la espalda y deseaba profundamente que el encargado de salón le pidiera que se marchara. Casi sin mediar un instante, el encargado vino del depósito y se dirigió al muchacho.
—Señor, si no va a ordenar nada le voy a tener que pedir que se retire.
La sensación de éxito que tuvo la muchacha al cumplirse su anhelo concluyó abruptamente al ser arrastrada por un irrefrenable impulso y decir:
—No te preocupes, Hernán, está de visita.
Con la pasión de una máquina, el encargado se dio vuelta y marchó de regreso a sus actividades. La joven no podía dar crédito a lo que acababa de pasar. La respiración se le tornó dificultosa, el aire parecía denso, su cuerpo pesado y su corazón trabajaba el doble. La iluminación del salón parecía haberse atenuado, buscó por todos lados algo que la sacara de ese estado, continuaba conservando la compostura pero no sabía por cuanto. Al volver a fijarse en el visitante, este ya no la miraba, nuevamente observaba el salón, nuevamente el perfil le ocultaba la mirada opaca. La atmósfera se descomprimió en ese instante. Un mozo le pedía que preparara el café y empezaba a perder a paciencia. Se puso a trabajar ella, sabiendo que ese visitante no esperaba ser atendido, que no había nada que hacer. El miedo que le provocara unos momentos antes ya no estaba. Tal vez lo que antes parecía una amenaza ya no le preocupaba o tal vez alguna inconsciente certeza de que no había amenaza alguna se había colado en ella.
Observó ella la secuencia que comenzó en ese momento en que el muchacho se apartó de la barra y caminó implacable entre las mesas. Se detuvo junto a un grupo de comensales que reían sin que nadie se fijara en él. Bajó la mirada a uno de ellos, el que se ubicaba justo a su lado, la chica desde la barra veía la espalda de ambos y al visitante cruzar con su mano la espalda y posarla en su hombro. El hombre, de ancha espalda y pelo castaño, se inclinó hacia el frente y agachó la cabeza. Las risas menguaron, la fugaz preocupación que las desplazó rápidamente se convirtió en alarma cuando la muerte del hombre fue indudable. El visitante se marchaba en ese momento, una mano alzada en el aire, como saludando, o como apoyándola en la espalda de alguien.

15 de febrero de 2017

El amor

La vida
como una guerra
No sabemos contra quién peleamos
No sabemos qué defendemos
No pedimos estar en ella
como un baile
Le seguimos los pasos
Damos vueltas
No importa dónde empezamos
Ni dónde terminamos

14 de febrero de 2017

Los despojos

Yo esperaba que fuera más como en las películas. Me esperaba una sensación de vacío absoluto, la consciencia de que las grandes capitales del mundo han sucumbido al silencio. No es así. Si llueve, miro a la calle y siento que nadie sale porque nadie saldría, que no se oye un alma porque los apaga el torrente de agua y el concreto de las paredes. Si no llueve, pasear por las calles vacías no es distinto de cuando había gente, si no estaban todos en un centro comercial estaban resguardados en sus casas. Creo recordar que las plazas se turnaban para recibirlos, que siempre alguna estaba vacía, la que yo elegía, como ahora. La sensación de intrusión en hogares ajenos fue de las primeras cosas que perdí, ya hoy dura lo que tardo en pestañear y donde sea que entre es mío.
Todavía encuentro no perecederos en las casas aunque me tienen un poco podrida ya. Los tarros de miel son salvadores, esos le dan sabor a este abandono. Gracias que hay yerba por todos lados, el buen árbol que se bancó toda la destrucción del planeta. Supongo que puedo dedicarme a leer, esos no caducan. Lástima que nunca fui de leer, no entiendo el sentido de nada de lo que encuentro escrito. Si es ficción, es demasiado pretencioso; si son ensayos, ninguno habló de algo que pareciera interesarme. Muchas opciones no hay, nada eléctrico funciona, las usinas dejaron de andar mucho antes de que despegaran los cohetes. Creo que el alma no se me fue a los pies sino que se me fue a la mierda cuando llegué tarde al último.
"Hay una estación funcional orbitando Júpiter" decían todos y todos lo creían. Creo que debo ser la única humana viva. Y no puedo extinguirnos definitivamente porque me ganó la apatía. Qué locura. Porque ninguno de esos cohetes puede sobrevivir tanto viaje, no es verdad. Lo mismo daba que viajara con todos en esa lata o que me quedara acá, lo más probable es que me terminara rodeando gente desagradable y después no tuviera dónde meterme para escaparles. Qué fastidio, no se me ocurre ni pensar que el mundo esté vacío, si yo caminara lo suficiente, es cantado que llego a algún poblado. No pudieron vaciar el planeta realmente, no se puede hacer algo así de grande. ¿Además de qué vivirían allá? ¿Van a inventar comida?
¡¿Qué fue eso?! Algún animal. No recuerdo que quedara ningún animal. Bah, se habrá desplomado alguna mampostería. Aunque repiqueteó ¡Ahí está de nuevo! Tengo que esconderme. O me meto en un edificio. Pero voy a hacer ruido probando si está abierto, además de que me estaría metiendo en una caja y si me encuentra me arrincona ¿Pero quién? ¿De quién estoy hablando? Es simple, atrás de algún coche. No entiendo cómo pudieron dejar tantas cosas preciadas al irse. Ahora, alguien está acá, no, algo. Algo está acá, será algún mutante, algún animal que mutó para sobrevivir a estas ¿cómo se llamaban? Olas de vapor volcánico. Qué nombre más ridículo, y quieren que les creamos que vamos a vivir en Júpiter.
Es... es un hombre. No, no, no puede ser, cómo va a ser, por qué tengo más miedo que cuando me esperaba a un mutante. Pero es un hombre, me va a hacer daño, va a abusar de mí. No, eso hace rato que no pasa, además me sé defender, bastante me he defendido en la vida ¿Cuánto hace que no se habla de abuso por parte de los hombres? No estoy segura de estar recordando un pasado mío, mi abuela recordaba algo. Y ella tampoco llegó al cohete, pero por otro motivo.
—Hola –¡la puta, me encontró!
—Hola, sí ¿Quién sos?
—¿Importa? No creo que sirvan los registros civiles entre estos despojos ¿Cómo estás?
—Los registros civiles quizás no pero hay que preservar algo de civilidad ¿no? –Lo piensa el salame, piensa lo que le digo, es así de simple, demostrame que no sos un depravado y listo.
—Tal vez. Benicio mi nombre ¿Querés decirme el tuyo? –Uh, le digo mi nombre o le digo cualquiera. Su nombre ya es cualquiera, no creo que me esté diciendo la verdad.
—Ehm... Daniela, encantada –Bueno, no olvidó la civilidad de darse la mano.
—Bien, ya estamos escribiendo

Dice cosas extrañas. Hace comentarios de cualquier cosa que ve o que se le ocurre y no contesta a nada de lo que le pregunto. Quizás estoy siendo poco directa. Estuvimos paseando por toda la ciudad. Lejos de agotarme, tanto caminar me aburre en un punto, pero él parece inmutable al respecto. Cuánto haría que venía caminando cuando lo encontré, como mucho desde la tarde pasada. Cuando se vienen las olas esas hay que estar a resguardo, no estaría afuera ¿O sí es un mutante?
—¿A dónde estarías queriendo ir? –A ver si me contesta esto al menos.
—Al campo, quiero ver qué quedó del campo.
—No quedó nada, o no importa lo que quedara, es arriesgado mandarse tan lejos de la urbe. Si no es porque te podés quedar sin comida, es porque en cualquier momento viene una ola de vapor y tenés que tener un edificio en el que meterte.
—Sí. Creo que hay una especie de lona hecha de plomo que resiste ese viento. Aunque conduce el calor, pero con otra manta de tela abajo quizás se puede armar una carpa o algo.
Me trajo caminando al borde de la ciudad, qué cerca que estábamos. Yo no doy un paso más. No veo que tenga nada de equipo que dice que puede servir. Y ya empiezo a sentir el azufre. Voy a buscarme refugio, él que haga como guste. No me hago una idea de cómo sobrevivió tanto tiempo. Me pongo a pensar ahora que estoy abriendo esta puerta, tendría que haberlo pensado antes, que no quiero compartir habitación ni edificio con este completo desconocido.
—Andá, buscate un edificio, apurate que ya llega –no hago a tiempo a que él entre en uno y yo me busque otro edificio, quizás ya son demasiadas precauciones. No se me había acercado, está todavía en la calle mirando a algún lugar lejano. Va muy tranquilo al edifico de enfrente, el picaporte no cede y el bruto la patea. No puedo creer que se rompa tan fácil, supongo que los edificios no aguantan tanto como creía esas oleadas, tendré que considerar resguardarme bien adentro.
No tengo muchas opciones con este pibe. Va a andar atrás mío, es irremediable, se nota que necesita de compañía. Yo ya me acostumbre a la soledad pero no se me ocurre cómo despedirlo e irme por otro lado sin encontrármelo de nuevo. El mundo es muy chiquito. Capaz que tiene un plan pero no imagino que haya algún plan que funcione en este contexto. Y qué habrá querido decir con que ya estamos escribiendo. Sandeces, la mitad de las cosas que dice no tienen sentido, la otra mitad tienen la mitad de sentido.

Es impresionante cómo los edificios se extienden hasta donde termina la ciudad. Las calles se convierten en rutas de repente, los edificios se terminan y no hay más habitáculos, solamente las zanjas a la vera del camino y la larga sombra que proyectan las construcciones. Me pone nerviosa alejarme tanto de los refugios pero supongo que con una corrida podemos cubrirnos a tiempo. Tampoco voy a dejar que vague mucho más. Aminoramos la marcha acercándonos a la zanja, el pasto está alto y un musgo patinoso recubre el asfalto. Ahora que lo noto, va a ser más difícil volver corriendo, detesto estos nervios, esta inseguridad que no se parece a la de no conocerlo a él, esta inseguridad es material. Puede pasar lo peor ya.
—¿Qué te parece el ocaso? A pesar de tanto deterioro sigue siendo hermosa la Tierra.
—¿Notaste que cada vez ocurren con más frecuencia las oleadas? –no voy a seguirle cualquier hilo, no estoy de humor y él no ayuda.
—Sí, noté que hay seguidillas cada vez más cerradas. Igual, todavía hay lapsos largos, "treguas". Hubo tres oleadas juntitas, calculo que la próxima será en un par de días. También tuve la impresión de que lo que llamo treguas ocurre con más amplitud cada vez. Pero no hay un equipo de estudiosos que respalde, confirme o refute algo de lo que estamos hablando, así que es hablar en el aire. Nada de lo que digamos es válido.
—No me tranquiliza, igual. Tampoco me tranquilizaría que un "equipo de estudiosos" lo confirme. Se fueron todos por lo que los científicos decían de que la Tierra iba a explotar, se fueron con la promesa de vivir en Júpiter ¡En Júpiter! ¿Cómo puede sonarles sensato algo tan descabellado? ¿Cómo puede tanta gente caer en esa mentira? –por qué se me cierra la garganta– ¡¿De qué van a vivir cuando se les acaben las provisiones?! ¡¿Qué van a hacer con sus vidas encerrados en esas latas?!
Ni me mira, sigue mirando al cielo. No entiendo qué me agarrá pero parece que ni se enterara. Tengo lágrimas en la cara, que enchastre con el polvo que hay en el aire y se pegotea en la piel. Por favor contestá algo. Y ahora frunce la nariz, habrá olido azufre. Se equivocó, viene otra ola. Me voy a la ciudad. Tengo que ir a paso veloz pero firme, no quiero resbalar con el musgo de la ruta. Qué detestable sensación, por mucho que afirme los pies me patino al menor descuido. Aquel me llama; si no habló antes, ahora que aguante a que pasemos la tormenta. Ay la puta madre quiero llegar a resguardo. El otro no se levanta. Me parece que mañana voy a ser yo sola de nuevo.

—Perdón por tardar en contestarte anoche. Estaba queriendo ordenar muchas cosas que decir. Pero te fuiste de repente ¿Qué pasó?
—¿No vino...? ¿No te fuiste a refugiar? Vino una oleada anoche, te vi olerla.
—No, anoche me estaban molestando los mocos, no hubo ninguna oleada. Si te parece hablamos un poco de todo lo que planteabas ayer. –Falsa alarma. El cielo está amarillo como siempre, incluso parece recuperar algo de la claridad que no veo hace una semana. Anoche no pasó nada. Cómo pude alarmarme tanto si yo misma no olí nada en el aire. Pero estaba convencida.
—Te escucho
—Uh, cuánta solemnidad para tan humilde orador. Bueno, para empezar tengo que estar de acuerdo en que es descabellado hablar de vivir en cualquier planeta de este sistema solar que no sea este, porque este es el único para el cual estamos hechos. Marte es árido y estábamos lejos de poder moldear la atmósfera a nuestra conveniencia. Pero sí desarrollamos suficiente ingeniería para crear micro–atmósferas. Ya veo que te molesta que lo cuente como en primera persona. Esa estirpe de especialistas, los especialistas en tomar medidas y crear hipótesis y los especialistas en inventar y desarrollar lo que llamamos tecnología, son la razón de que conocieras la vida como la conociste. Bueno, ellos vieron un camino de salvación para la humanidad, porque este planeta no nos va a perdonar lo que le hicimos. Acá nos morimos nosotros pero alguna especie animal surgirá capaz de habitar los mares ácidos y de caminar la tierra arrasada por esas bocas sulfurosas que se abrieron por doquier y que provocan que nos acovachemos cada vez que eructan su ponzoña. Ningún planeta orbita al sol a la distancia adecuada y justamente Júpiter no es un planeta que vayas a pisar, porque es mayormente gaseoso, y el suelo que se le ha estado estudiando es clave para el plan que implementaron pero no podríamos pisarlo sin ser descuartizados por los vientos que conforman lo que llamamos Júpiter. Bien sabés que esos cohetes llevaban a nuestros congéneres a las estaciones espaciales, desarrolladas para cada nación, en órbita a Júpiter. No sé si te contaron el detalle. Las provisiones fueron calculadas para aguantar el viaje y los primeros meses de asentamiento en las estaciones. No sé si te fijaste pero mucha de la comida que estaba produciéndose estas últimas décadas es imposible que proviniera de la Tierra. Estoy seguro que mucha de la comida a la que estás acostumbrada fue producida en las fábricas. Sintetizar alimentos no es muy complicado pero es difícil encontrar la energía para hacer andar esas industrias. Algunos de los elementos químicos necesarios también eran sintéticos. Allá en Júpiter la historia es otra, esos mismos elementos son endé... se encuentra en estado natural, solo hay que cosecharlos.
Tal vez tiene sentido lo que él dice. Tal vez debí correr con más fuerza, tal vez no corrí con suficientes ganas. Ahora veo el cielo distinto. Nunca supimos por qué nacimos. Nunca supimos por qué entonces debíamos morir. De alguna forma nunca nos importó ¿Por qué habría de importarnos ahora? Somos los despojos de la humanidad. La siempre trabajosa tarea de abrir los pulmones a la respiración por una vez me resulta ligera. Estamos solos en un planeta que no nos deja deambularlo. Parece conforme él. No sé qué apariencia habré tenido cuando me alteraba que no me viera mientras le hablaba ni si le importó fijarse en ello. Pero pude escucharlo perfectamente y fundir sus palabras con el paisaje. Me sentía mal cuando renegaba de todos esos discursos y ahora que me permito escucharlos, se siente bien pero siento otro malestar como si el mismo se hubiera desplazado. No puedo ni empezar a imaginar qué destino les depara a aquellos que están atravesando la negrura del espacio en este momento ¿Será tan negro el espacio? Ellos saben. Pero acá ya no importa. De nuevo no importa. No me importó cuando pudo ser de interés, ya es tarde para que pueda importarme.
—¿A vos qué te pasó que perdiste el cohete?
—A mí nada, no quise subir. Los dejé ir nomás.
—¿Entonces por qué sonreís?
—Bueno, es más fácil sonreír cuando acepté las consecuencias ¿Vos sí lo perdiste?
—Me quedé dormida. Parece joda, me desperté a tiempo para correr y ver que cerraban todo y se iban. Nadie me vio llegar sin aliento cuando ya encendían los motores. No quedaba nadie en la estación de micros que se los llevaba al cohete ¿Por qué lo dejaste ir? ¿Por qué te quedaste?
—Se habló mucho de ese plan y de que algunos tendrían que quedarse. Nadie, nadie iba a aceptar quedarse. Sabía que, si iba, presenciaría la selección de quienes tendrían que quedarse. No quería que me elijan ni quería ver cómo elegían a otros que desesperarían por subir. Preferí quedarme y ahorrarme todo ese espectáculo.
—No lo había pensado. Qué extraña decisión ¿Y cómo es que no nos cruzamos con toda esa gente que debió quedar? ¿Cómo es que no te crucé antes?
—No sé. Supongo que algunos no pudieron sobreponerse a quedar fuera de la salvación. No sé los que intentarían seguir adelante, tampoco me crucé a ninguno. Yo recién llego acá, vengo de más cerca del puerto. Tengo esta idea quizás no tan apremiante pero aún a considerar de que habrá que rebuscar en otros poblados a medida que se vaya agotando el alimento.
—¿No te parece que corremos el riesgo de encontrar a otros supervivientes?
—¿Por? ¿Soy yo un riesgo?
—No, pero sos otro humano, y hacés que vuelva a ser humana. Y cuantos más seamos, a más vamos a tener que cuidar, o traicionarnos. No veo nada alentador en ningún panorama. ¿Cómo es que no encontraste esa dichosa lona? No es que tengas que comprársela a nadie.
—No la busqué, sé que las hay pero no me interesó en ningún momento buscarlas. Quizás ahora valga la pena tratar de sobrevivir.
Ahora empiezo a ver que ese destello en sus ojos no es de simpatía, no es de esas sonrisas leves que solamente arrugan los ojos. Ahora noto cómo se constriñe sus voz en su garganta.
—Bueno, a buscar pues. Y supongo que no es tan mala idea buscar supervivientes. De todo lo que hablamos igual dudo que encontremos un auto que sea capaz de andar.
—Puede ser ¿Sabés algo de mecánica?
—Nada
—Aprenderemos
Aprenderemos.

5 de febrero de 2017

Castillo de arenisca

Afuera, el aire frota todas las superficies con fuerza. En el cielo no hay una nube que se delinee en el agudo azul. Los dedos abrasadores del sol parecen descender hasta jugar con la arena, indiferentes al viento. Una alta túnica envuelve los pasos de un ser que no deja huellas en el desierto. La capucha cuelga tras de sí, expone un rostro despejado, un semblante solemne.
Afuera, el viento es silencioso, el aire se desplaza con fuerza, con velocidad, implacable, pero silencioso. La construcción a la que entra el ente envuelto en negras fibras se alza de la propia materia que compone los cimientos del desierto. Como una continuación del suelo, algunas almenas en lo alto, en cada rincon torres más algunas alzandose por sobre la propia cúpula. Pero nada discernible en la distancia, indistinguible del arenoso horizonte.
El individuo siente sobre sí el aire cargado y vibrante mientras recorre pasillos absurdos, interiores tubulares, corredores sin ángulos ni aristas. El suelo continúa en paredes que se encuentran en el techo. De las paredes salen y a los suelos penetran gruesas mangas de caucho, vainas que recubren extensas trenzas de cobre que se ocultan dentro de la construcción y perturban nuevamente los corredores.
Se suceden habitaciones con la misma lógica de material arenoso y continuo, sin amueblado o decorado alguno exceptuando los gigantescos discos herrumbrosos que muestran sus dientes asomar y hundirse en las paredes. Esta persona no se detiene a observar y continua su marcha.
Finalmente llega él, cuyos brazos se entrelazan por dentro de las mangas, por delante de sí. Llega a una habitación, esta sí con suelo distinto de paredes distinto de techo. Pero el suelo se ve interrumpido al llegar al centro de la habitación, donde un inmenso abismo hunde el piso fuera del alcance del ojo más agudo. En ese borde se detiene el hombre y observa, del otro lado del abismo, un cuerpo desnudo de brazos y piernas extendidos fijo a la pared que cae sin límite por unas gruesas cadenas en muñecas y tobillos.
La cabeza que cae aparentemente inerte sobre el tórax se alza con firmeza, ambas presencias se reconocen y el cautivo habla. Nuevamente en este castillo, no le asombra en lo más mínimo. El visitante lo observa callado y el chico encadenado se sacude, los eslabones restallan por sobre el tronar de cada paso de los engranes. Cuando finalmente habla no parece realizar esfuerzo alguno pero su voz se impone por sobre toda otra vibración.
"Nuevamente en este castillo. Pero esta vez no habrán hadas u ondinas que te visiten. Alguna vez te libraste y anduviste a tus anchas por el mundo. Bosques se han podrido a tu paso, campos se han vuelto cenizas. Abusaste de él y ya no volverás a librarte." El joven cautivo gestiualiza en su rostro dolor o furia, no puede precisarse. "Tal vez tuviste en su momento la equivocada idea de que este castillo había sido construído para retenerte, de que sus engranajes tronaban para sujetarte en tu sitio. Qué equivocado ¿Comprendés la naturaleza del cable que penetra en tu espalda?" El chico se retuerce, tras su torzo se ve esa vaina oscura acompañando sus movimientos. "Joven, no esperes la visita de nadie más que de nosotros. No tememos tu imposible fuga, disponemos de la certeza de tal imposibilidad. No poseés la capacidad requerida para tal hazaña. Tu absoluta existencia es la razón de que truenen estos absurdos mecanismos. Vos te estás dispersando en el éter en forma de pérdida eléctrica a través de este pesado cableado que absorven de tu cuerpo y nada alimentan. Este castillo no te contiene, este castillo te representa. Este castillo sin sentido es todo lo que jamás serás. Nosotros somos el testimonio de ello."
El hombre da su espalda al chico y se marcha. El joven, con el rostro fruncido de consternación se dirige a la calva nuca que puede ver:
"No te recuerdo pero tu cara me es vagamente familiar ¿A quién conocí yo antes? ¿Era tu padre? ¿O acaso tu abuelo?"
El ceño del visitante se retuerce, su labio superior se eleva en el gesto que arruga el tabique de la nariz. Pero el furibundo fuego de sus ojos no logra ocultar el pavor que habita en lo profundo. El joven no puede ver nada de todo esto pero lo imagina. Y sonríe.

Sentenciado

Si se puede ser culpable e inocente a la vez, este hombre lo fue. Era enclenque pero nada tímido. Lo llevaron a juicio en una amplia sala con muchos asientos de madera. Cruzando el gran umbral podía verse el atril detrás del cual observaría el juez, un viejo de pelo corto y expresión insondable. Dos guardias llevaban al acusado firmemente agarrado del hombro con una mano y de la muñeca con la otra. Se encorvaba por la forma en que lo agarraban y miraba al suelo porque nada de esto le gustaba. Sentados en la sala habían unas pocas personas arrimadas al frente, nadie interesado en él, algunos estudiosos observando y un par de periodistas.
El juez habló de cómo este hombre había sido atrapado una noche en su casa luego de que se descubriera su culpabilidad en casos de robo, secuestro y violación. Ni siquiera el estado dispuso un abogado para el acusado. Luego de su perorata, el juez preguntó cómo se consideraba a sí mismo el acusado. Él guardó un silencio que ni el juez se atrevió a romper para aprontar su respuesta, no recordaba haber cometido ninguno de esos delitos pero tampoco recordaba ser inocente. Si bien la prioridad es la inocencia hasta probar la culpabilidad, los guardias se acercaron y lo alzaron suavemente de las axilas. Tenía la horrible sensación de que en su mente él había aceptado ser culpable y que todos en la sala se habían dado cuenta.
Por una puerta en un costado, detrás del atril, lo condujeron a su celda sin necesidad de salir del edificio. Caminaron largo rato por un pasillo, las demás celdas estaban vacías, las paredes de las suyas presentaban un patrón de rocas rectangulares. Lo empujaron con suavidad a través de los barrotes, por la puerta que cerraron detrás de él, y se marcharon los guardias. Él se sentó en una cama de metal, sobre un colchón que dejaba sentir cada alambre y resorte de la estructura de la cama. Allí no habían ventanas, quizás estuviera bajo tierra. El tiempo pasó de una forma extraña, podían haber sido minutos, horas, incluso días, como si sentado allí estuviera saltando tiempos.
Así se la pasó sentado, cavilando sin tener claro qué, cuando un trozo de pared se hizo hacia atrás y luego hacia un costado marcando un umbral hacia un pasillo en penumbras. A pesar de la oscuridad, contra la penumbra se recortaba una menuda figura, con la misma postura solemne que él mismo lucía durante el juicio, sumiso como resignado. Esa repentina aparición tenía que ser una invitación, la aceptó u se levantó para acercársele. La figura era claramente una mujer con el pelo negro azabache cayéndole cuan largo era por la espalda y un velo de luto que le ocultaba el rostro.
Cuando él estuvo a su lado, ella se corrió para abrirle el paso. A intervalos regulares había en las paredes antorchas que iluminaban muy débilmente, la mujer agarró la primera de estas antorchas y la mantuvo en alto frente a sí para guiar al hombre a lo largo del pasillo. Caminaban uno al lado del otro y no había lugar para nadie más en el ancho de ese sendero. A él ya no le importaba nada, hacía rato que le había dejado de importar el mundo, la realidad, lo que pudiera ocurrir; pero tuvo una sensación, como un recuerdo de lo que era preocuparse. Sentía una especia de intriga por lo que pasaría, hacia dónde se dirigía, pero ya nada en él era igual. Ahí donde se encontraban, las cosas abstractas como el rencor, el interés, el miedo, perdían sentido y quedaban reducidas a un capricho infantil, un berreo de bebé.
Luego de mucho caminar y que el túnel no se alterara en lo más mínimo, recorrió su cuerpo la necesidad de resolver por qué había llegado hasta ahí. Ese pasillo se había abierto y entró porque no podía ser peor que el claustro de la celda. Esa celda era la pena asignada a sus cargos pero ¿qué cargos? El juez lo había acusado de robo, secuestro y violación pero, aunque no podía jurarse inocente, no tenía memoria de haber robado nada, ni secuestrado a nadie y mucho menos violado. Estuvo casado un tiempo, tuvo hijos que crió, había estudiado y ejercido su profesión.
- ¿Estás seguro de que no robaste nada? – Sonó suave pero doliente la voz de esa mujer en la cabeza del hombre. Él estaba a cada paso más convencido. Sí, estaba seguro, pero no daba la respuesta. A la par de convicción, crecía en él algo incierto, misterioso, que lo forzaba a callar esa respuesta. Y la mujer volvió a hablar con esa voz-. Entonces podés decir que te pertenecía todo aquello de lo que dispusiste en vida. El dinero que intercambiaste por los objetos que no produjiste, el dinero que se multiplicaba en tu cuenta bancaria, los materiales del ecosistema de los que dispuso tu civilización. ¿Tampoco robaste tiempo a tus iguales? Podés decir que no los secuestraste, sometiéndolos a tu voluntad con la excusa de que necesitabas de sus servicios, nunca tuviste de rehén a tus hijos que llegaran a mimetizarse con tu imagen.
Ella calló, él tenía que responder algo. Sin embrago, toda la convicción de inocencia se convertía en un pesado error. Ya sabía a dónde iba, podía verlo al final del corredor aunque todo estuviera oscuro. No quería creerlo pero estaba claro que no era de otra forma. La mujer tenía todas las respuestas, él las diera o no. Solamente quedaba plantear una alternativa contraria: - Yo no… - pero no pudo, era consciente de que hasta la violación tenía una aplicación metafórica tan amplia que no podía más que ser verdadera. Debía pensar ¿qué es la violación? Extraer satisfacción sexual forzando el cuerpo de un prójimo ¿cuántas satisfacciones había obtenido, o buscado, de sus pares comprometiéndolos en situaciones indeseadas para ellos? Satisfacciones mundanas y divinas a la vez, como el sexo.
-¿Y ahora cómo va a ser?
- Volvés al espacio que ocupaste, pero sin tiempo. Entregaste tu vida a un consentimiento contrario al mundo. Viviste oponiéndote al discurrir de la realidad. A la par de tus congéneres te aislaste, te uniformaste, quedaste estático en el tiempo y el espacio. Ahora volvés a la realidad como la llevaste toda tu vida, pero exento de tu cuerpo.

                Un punto creció al frente, un punto de luz. Los muros se discontinuaban y el túnel daba lugar a una extensa playa arenosa. En el horizonte, una franja azul insinuaba el mar, o la desembocadura del río. Él contemplaba el terreno sin cruzar aún el umbral, miraba más allá con un apagado recelo, habían personas diseminadas en todo su campo visual, unos más viejos, otros más jóvenes, ningún niño, todos ellos parados quietos en su lugar. Era una playa. La metrópolis donde vivió había sido una playa aunque él se la imaginaba como una pradera.

                Sentía cómo pesaban sus propios párpados y no le importaba sostenerlos abiertos. Aún quedaba una cosa: se volvió para mirar a la mujer, de larga túnica negra como su pelo azabache ceñida al delgado cuerpo. No podía ver a través del velo pero imaginaba.
- No me voy a quitar el velo- dijo ella impasible-. No me verías, verías lo que querés ver en mi, todos los que vienen aquí quieren creer eso de mi. Mi rostro no es una calavera. Ahora podés pasar y ocupar tu lugar. Tus pasos te llevarán, como lo han hecho siempre.

                Caminó con paso invariable hasta el punto que había dormido durante su niñez, salvo que no habían paredes ni baldosas, sino piedritas y arena. Pasó junto a rostros familiares, gente que había conocido, pero esas visiones no le producían ningún cariño, ninguna nostalgia, nada le producían, eran solamente recortes de su propia memoria. Sin sentir en absoluto, se ubicó en su lugar mirando tierra adentro y su último pensamiento fue la oscuridad de por qué se ubicó de espaldas al agua, de cara al continente. Así él se apagó definitivamente.

4 de febrero de 2017

Mientras

Mientras haya luz, habrá vida
Mientras haya movimiento, habrán cuerpos
Mientras hayan sombras, habrán alimañas
La luz atravesará los cuerpos
La vida alimentará a las alimañas
Todo movimiento tiene su réplica
El mundo no se guarda sus respuestas

Más de mí

Estoy vivo en el presente. Piso en puntas de pie los bordes de una realidad que se desmoronó. Pierdo el balance y caigo sobre quienes siempre estuvieron ahí, siento cómo mi cuerpo presiona esas manos siempre en contacto conmigo. Quise ser yo y ahora, entregado, tal vez lo esté siendo. El pasado fue una bella fantasía que me hubiera gustado poder plasmar en arte y hacerla trascender. Pero ya no es. El futuro es incierto, caótico y en él me siento un impertinente.
Es duro ver el dolor de los demás, abrir bien los ojos y encontrarlo tan cerca. Las normas que uno erigió para entender a la vida y entenderse uno mismo no son reconocidas por los demás. Entonces es crisis ver gente querida transitar y no procesar la experiencia como uno mismo cree que es provechoso procesarla. A ellos les escucho dar fe de estar resistiendo y aprendiendo. Yo no les creo y entonces me encuentro actuando igual en mis propias penas. Igual pero distinto. Igual de creído pero creído según yo.
Quisiera sentirme dueño de mis herramientas. ¿Cuántos se habrán presentado ante mí que en verdad eran dueños de sus herramientas? ¿Cuántos buscaban jactarse superficialmente de tal dominio? Busco compañía, brindo de mí cuanto creo valioso. Pero en nadie encontré la compañía que gusto y probablemente nunca brindé lo que cada uno esperaba de mí. ¿Busco agradar? Quiero que me quieran. Quiero que confirmen que esas normas que erigí son válidas. Quiero que confirmen mi existencia.
Alguna vez escribí en versos y en tantos textos tendí a iniciar cada verso con "Quiero" ¿Habla eso de mí? ¿Habla de lo que estoy escribiendo o de lo que no? No estoy inventando, estoy volcando en crudo lo que contengo. ¿Quiere alguien ver eso? ¿Puede interesar y valer algo a alguien? ¿Hay un alguien así y puede acaso adquirir la dimensión de un colectivo de individuos?
Me abstuve de escribir porque faltan ideas que escribir. Las fantasías no adquieren suficiente cuerpo para formar palabras. Pero retomaré la escritura aunque deba presentar fogonazos de pensamientos. Quiero sentir las teclas cediendo a mis dedos ágiles. Porque lo son, no me cabe duda. Y me encanta.

Más allá de la pared del desvelo

Los garabatos como llamas consumen las hojas en blanco. Las venas se ahorcan con cada frenético movimiento que persigue una idea como a fueg...