Hay toda una sociedad de números sometidos al ojo humano.
Imagínenselo al humano levantando una ceja acercándose, con una inclinación, de
costado a los números. Pobres inocentes números, algunos menospreciados, de otros
se esperan grandes magias. Todos cargan alguna mochila. Si termina en cero es
un número completo, le llamamos redondo sin disgustarnos por pensar que sea
gordo. Si sólo es cero, no existe. Si termina en nueve es demasiado grande. El
uno está muy solo, el dos juega y también es justo y justifica al cuatro, al
seis y al ocho. Al diez no, el diez se justifica solo porque es dos cincos. El
cinco es la mitad siempre pero se para con cierta firmeza porque es más que el
cuatro. Sin embargo, el cuatro no es poco porque mantiene cierta magia de
antaño aunque nunca logramos usarla, son las cuatro estaciones, los cuatro
elementos, las cuatro esquinas de los cuadrados (que son importantes, aunque
nos duele lo rectos que son y no queremos ser cuadrados, pero eso ya es hablar
de figuras geométricas). Algunos desprecian el tres pero no olvidan las
referencias religiosas que tiene, además de ayudar a construir los triangulos.
El tres tiene una agudez que puede lastimar pero que brinda poder, recuerda más
los ángulos de las estrellas que el cinco, con cuya cantidad se suelen figurar
las estrellas. El tres muchas cosas y tiene un hermano que en estos tiempos
está quedando muy de lado habiendo sido tan mágico hace siglos, hablo del
siete. A mí particularmente me agrada mucho ese número, quizás porque nací el
séptimo día, hablando de séptimo día recuerdo otra referencia religiosa pero
que hoy en día nadie considera a la hora de juzgar al siete. Es hermano con el
tres porque ambos son imposibles de dividir, pero en el caso del siete esa
cualidad nos molesta mucho. Creo que por eso es tan despreciado, no queremos
encontrarnos con un número que no podemos someter a nuestra división. Ahora que
lo pienso, quizás sea el miedo la razón. De hecho, veo que es el más poderoso.
Ya dije que el nueve es demasiado grande, ese sí molesta con su gordura. El
ocho es más tierno, también gordito pero remolón, quizás porque éste si puede
ser dividido muchas veces. El seis creo que lo dejé para el final porque genera
cierto miedo. Aunque últimamente se lo siente más amigo, creo que todavía
recuerda inconcientemente una relación demoníaca y es que hace siglos, al
contrario del tres, se lo relacionó con los demonios. Pobre seis, redondo como
el nueve pero más pequeño, yo creo que es inocente de todo lo que se lo acuse.
Viéndolo con atención me parece un niño. Y es el doble que el tres, y si al
tres lo podemos creer celestial... Lo que sí, no hablemos del otro lado de la
coma. Creo que es una prisión intradimensional, una reclusión a otro plano a
donde echamos algunos números que quedan varados en un caos horrible. Son
innumerables, y andan todos apretujados en un infinito contrario al que está de
este lado de la coma, donde se los ve tan cómodos y ordenados. Los números son
diez y el diez es una farsa como todos los que se enumeran después de él. La
única verdad es ese último número que mencionamos pero que en realidad está
cómodamente ubicado en lo que es realmente el primer lugar.
Bienvenidos.
Sírvanse a sus anchas y
sean libres de comentar
tanto como más lo sientan.
Nos vemos del otro lado
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