11 de marzo de 2017

Amigo

Los portones se abrieron y la muchachada entró. Los parlantes reproducían música grabada, los árboles encapotaban el camino de entrada, un asador hacía hamburguesas y un kioskito interno inyectaba alcohol en las venas de ese organismo vivo que se conoce como masa. Parte de esa masa fueron ellos. La banda toco y todos celebraron, porque todo encuentro social es una celebración y toda convocatoria lo es.
De esa multitud que exteriorizaba risas y burlas, mucha pena de cada vida se ocultaba. Muchos locos se habían expandido hoyos en el lobulo de sus orejas, algunos se habían cortado parte del cabello al ras y otros, hecho rastas en parte. La estética era algo que no importaba hasta que se resignificaba en esa forma que presentaba y entonces era así que sí importaba. Y detrás de esa nueva forma correcta se ocultaba la pena.
La pena por algunos aplazada. La pena por otros reprimida. La pena particular de cada uno, pena en todos pero ignota para todos los demás. Y una persona tan impertinente como para reventar y hacer supurar el dolor. Yo.
Tal capacidad de irrumpir con mi demanda egoísta, con mi reclamo desoído. Pero en el lugar justo, la rabia que provoca declama el dolor que se vela y me es revelado. Porque el equivocado en algo no lo está y no es tan errado creer que le hablaba a un amigo. Y pasada es la acción, el amigo existe aún y por siempre aunque sendas vidas continúen su discurrir por vías divergentes.
Quiero declarar que me verán retomar mis quehaceres, mis penares, mis reclamos, pero que ahí estaré constante receptivo de cualquier amigo, ese amigo, cada amigo porque a ellos debo mi vida, mi constitución, todo lo que de mi conocimiento es grato. Para enfrentar toda pena para la que mi presencia pueda servir de segunda, estoy. Y si has de caer, no tengas vergüenza, que caer, caen todos. Pero caer de a dos significa honra.

Amigo, no temas si estoy cerca.
Amigo, si temés, acercate.
Si algo puede irrumpir el discurrir de mi vida, es la tuya.

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