1 de marzo de 2017

Apocalipsis

Todos esperaban el apocalipsis. El apocalipsis nos esperaba. Recordamos anécdotas de nuestros abuelos sobre cuánto divertía fantasear con el levantamiento de los cadáveres. Era tan absurdo, reconocían. No había explicación que pudiera respaldar la posibilidad y finalmente nunca fue posible, nunca ocurrió. Pero el apocalipsis llegó, más insensato de lo que podrían haber imaginado.
La generación que nos precede comenzó a sentirlo. Nosotros nacimos sin distinguir cuánto de lo que sentíamos era parte del mundo que nos legaban y cuánto llegaba para destrozarlo. Comenzó, dicen, con planteos existencialistas masivos. Ya no era un fenómeno del que participaban algunos, todos comenzaban a reflexionar sobre su lugar en el mundo. El mundo se convirtió en una gran duda, el mundo fue tan relativizado que lo siguiente en sentirse fue la distorsión de las leyes naturales. Nadie puede precisar cuánto ocurre como se narra. Algunos aseguran que sus pasos no los empujaba del suelo sino que traían el suelo hacia ellos. El sol asomaba por el Este aunque ya no importaba qué punto cardinal era porque no se consentía que el Norte y el Sur fueran tales. El sol aún salía y no proyectaba luz, absorbía oscuridad.
No se sabe nada de los que se fugaron del planeta pero aquí en la tierra las cosas se pusieron graves pues hoy el apocalipsis no tienen carne ni estómago. Recuerdo el día. O la noche. La vez, perdón. Recuerdo la vez en que miré mis cuencas. No sentí ningún dolor, una leve y repugnante succión. No pude precisar, como nada podía precisarse en aquel entonces, qué parte de mi piel había dado paso a mi esqueleto. El mismo se había desconectado de todos mis nervios, los que ya eran inútiles para entonces. Muy consideradamente se dio la vuelta para ¿despedirse? tal vez, no puedo negarle el derecho al sentimentalismo a mi propio esqueleto.
Hoy las calles están llenas, todo el tiempo andan por las calles. No tienen problemas en hacer piruetas o trepar cualquier superficie. No podemos saber qué los impulsa pero no podemos negarles hacerlo si eso quieren. Es evidente que no quieren quedarse dentro de ningún hogar. Nosotros nos arrastramos con el poco control que queda en nuestros músculos, el poco control que nos queda para con nuestra realidad.
Conversamos reunidos en casas a las que llegamos trabajosamente, conversamos y reflexionamos sobre los últimos sucesos. Nos planteamos la posibilidad de que el sol haya sido robado por algún otro ente espacial. El cielo permanece inalterablemente negro con vetas de luz. La atmósfera se ilumina con una luz que alguna vez habría revuelto las tripas de cualquiera pero que hoy no puede más que ser tolerada pues no tenemos opción. El mundo ahora es así. Y lo hablamos, porque solo así podemos seguir aferrados a él. Sospechamos que la Tierra va a la deriva cósmica y no nos importa. Aún nos asusta más que puede haber si renunciamos a este mundo.

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