18 de abril de 2017

Cronos

La habitación está oscura. La única luz que débilmente irrumpe viene del umbral que acabo de atravesar. Y un señor muy anciano está sentado en el extremo más oscuro. Lo conozco. Todos lo conocemos pero finalmente lo veo de frente. Tantas culpas eché sobre él sin siquiera mirarlo porque en cuanto te fijás en él es innegable, la culpa jamás pudo ser suya. No estoy muy seguro de por qué ahora me dirijo a él. Desde que entré todo lo previo parece tan lejano. Todo lo anterior al umbral. “Jamón y queso” le oigo decir “ya estás en la parte del jamón y queso”. No sé qué contestarle, un vago recuerdo, como reciente y distante a la vez, me hace demorar en responder: “no sé de qué me habla, señor”. “Sí, me entendiste” contesta y una línea se curva suavemente en una sonrisa condescendiente entre tantas arrugas. “Escucho las pausas” agrega a la vez que me dirige sus ojos hacia mí. Esos ojos. Dos globos oculares, con un hermoso iris dorado cruzado por las estrías que contraen y dilatan las pupilas. Pero sólo el iris, este viejo no tiene pupilas. Realmente sigo sin entender esa expresión con que me saludo. Y él tampoco parece escuchar mis confundidos pensamientos así como tampoco parece poder verme con esos ojos ciegos. Habla como si se tratara de un libro que ya leyó. Yo no puedo componer los eventos que me trajeron acá. Solo dispongo de impresiones. Mi cuerpo relajado, acobijado. La quietud del hombre es perturbadora ¿acaso no respira? Por momentos inclina la cabeza más hacia un lado u otro. Como si siguiera algún sonido. Pero todo es silencio como oscura es la habitación. Las culpas, ahora lo recuerdo. Vine por las culpas, es verdad. Estoy ante él porque quiero hablar con él. “Vine a pedir perdón” comienzo “perdón por haberle acusado de todo, por haberle atribuido el caos” Su sonrisa condescendiente cambia de forma pero mantiene la esencia. Todas sus delineadas facciones acompañan los gestos, acaso esté riendo tan silenciosamente. Entonces habla “No sirve a ningún propósito de mí, tu lamento; no tenés de qué preocuparte. Te rodean muchos caminos y estás siguiendo el tuyo. Haciendo, dirían ustedes. No puedo comprender más que lo que ocurre, para mí eso lo es todo. Me hablás de acusaciones y perdones, me hablás del caos. Todo eso me suena igual” Su silencio parece guardar infinidad de palabras. Que no las dice. Está cargado de secretos. Que no lo son. Por un instante, siento liviandad. La enemistad que le juré se siente tan absurda que parece un chiste. Un chiste más. En el silencio, él me mira con esos ojos sin pupila, entornados por párpados arrugados. Comienzo a sentir una presión a los lados de mi cabeza. Mi vista se desenfoca y me duele ver cómo todo el ambiente palpita. Algo parece ceñirse a mi sien. “Conocés el dolor temprano de cada día. Hoy no va a ser distinto” me dice mientras yo siento que me desvanezco “No es porque no hayas reposado suficiente. Tampoco es porque estés comenzando con el jamón y queso” su sonrisa se define ante mí pero en la confusión no comprendo si es condescendiente o burlona “Siempre es un gusto recibir tus visitas. Hasta la próxima”

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