1 de julio de 2019

Mea culpa

Mi espalda cede por un momento pero siento la curva peligrosa que describe mi columna y la endereso pronto. Los escombros de los edificios yacen por todos lados y yo respiro lentamente. Algunas alimañas, perdón, criaturas se remueven entre los despojos y levantan polvo. El frío viento trae la mugre a mi nariz y amenaza con llenar mis pulmones de estas secas partículas. Siento que el frío cala mis huesos. Siento cómo la saliva espesa rezuma por debajo de mi lengua. Vuelvo a enderezar la espalda, reclino la cabeza para que repose sobre mi columna aunque pronto pierdo esa postura. Mi estómago se tensa de nuevo o quizás son músculos a su alrededor que tratan de prevenir que ruja de nuevo, que se coma a sí mismo. Unas lágrimas asoman de mis párpados, solamente estarán hasta que olvide que tengo hambre, la última vez tardé dos horas, quizás esta vez lo olvide antes. Se cumple una semana desde que se acabó el mundo. Oigo un gruñido y siento los escombros desprenderse y rodar. Un escalofrío hace cosquilla debajo de mi nuca, una electricidad recorre la piel de mis brazos. Siento el gruñido a centímetros de mi oreja, solo se interrumpe para aspirar mi olor. Mi ceño se ciñe aún más, siento los músculos de mi cara tan duros que solamente temo que se me partan o queden así petrificados. Aprieto mis dientes con una peligrosa fuerza pero no me preocupa tanto perder la dentadura ya. Mi torso arde e incandece y mis brazos lanzan chispas a la atmósfera. El animal a mis espaldas gime y huye. Una semana nada más desde aquel berrinche. Creo que no puedo ofrecer mejor justicia al mundo que mi muerte por inanición.

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