2 de julio de 2014

Espíritu

   El ruido aumentaba. Mi alma habitualmente perturbada continuaba fiel a sí misma. En un rincón del ambiente, donde las luces no coinciden con los sonidos que no vibran la fibra, mi cuerpo lejos de mí observaba con actuada indiferencia. Imposible, comprobé, ser indiferente a lo que no se comprende. Y no lograba yo (¿quién más?) comprender la incidencia de los sonidos en esos cuerpos, el parpadeo discordante de luces en esas almas. Pero algo de cada cosa había en ellos que no podía yo observar también en mí. Sí aprecié, aunque seguidamente dispuse mis herramientas para negar, cómo los movimientos de los cuerpos afectaban mi deseo, cómo la respuesta a los estímulos ambientales (indiferentes estos a mí) la respuesta, decía, generaba una insoportable diferencia. Era magnética la atracción, no podía fijar mi atención en nada más, no podía desviar, apartar mi atención de esa respuesta, esa reacción inaudita, inadmisible. Luces opacas que mueren en medio del aire, golpes arrítmicos y frases retrógradas rascando las orejas como esquinas de toallas tejidas con mierda. Y aún los cuerpos se revuelven sobre sí mismos distendiendo los tejidos musculares y proyectando la piel, echando obscenamente el rostro hacia delante con cada rasgo a la vista. “Véanme, conjurando estas frases surgidas del núcleo de la bosta con el rostro iluminado por el placer de los seres de luz” Y mi alma observando, y mi cuerpo quedado en el tiempo. La que dicen música no está, la oscuridad es preferible a esta iluminación.
   De pronto lo logro, mi cuerpo y mi alma son uno al fin. No es la locura, aún identifico la humanidad circundante. Pero soy uno y uno solo y solo un par de ojos y mi columna… mi columna sensible a la presencia de un abismo y mis ojos atentos a la dirección que encuentran en el abismo. Observo, contemplo, aprecio, descubro, descubro lo que todos creíamos conocer, lo que creemos comprender en el sufrimiento, en el abandono, en la melancolía y la memoria. Ahí ante mi vista (¿cuál otra?) el vacío. Nunca algo tan revelador se presentó ni ante el Budha, ni ante el Cristo. Una revelación revolucionaria pero incapaz de revolucionar un mundo estructurado por palabras. Pude observar lo que nunca había visto las tantas veces que creía contemplar el vacío. No se crearon palabras para ello porque ello no es. Las palabras expresas son y esto era no, no era. Lo más aproximado y aún lejano es decir que en el vacío había Nada, mezclado con Ningún, con Nadie, y con Nunca. Ahí ante mí, no diré que estaba pero contemplé con una claridad cegadora.
   Volví pues a mi disociación, rara vez puede soportarse por largo la unidad. Poco uso podía dar al nuevo elemento integrado a mis partes. Una parte de la escencia de lo no-es tuve clara. Comprendí perfectamente por qué no estaba muerto. Ese vacío pronto querrá apropiarse de mis componentes, por el momento aún mis partes le son ajenas. Mi alma vaga extática por los derroteros de la fantasía y mi cuerpo inerte es arrastrado por la corriente de multitudinarios pasados. Pero no estoy muerto y aún seguiré así. No es menester la unidad de mis partes pero sí mi comando. Inevitablemente mi ser comprende en sus partes todas las características de una usina de consecuencias, es mi deber por tanto ser consciente de su fábrica y manufactura y ajustar las tuercas y cintas que causan un direccionamiento tan errático de unos productos respecto de otros.
   Así pues la vida se define como no-muerte, no-nada, no-nadie, no-nunca, negación del negar mismo. Y en ella soy innegablemente. Mi entorno no ha cambiado pues no fue creado por mí en un principio. Ni cambian ni se genera ni se destruye por mi mano pero mi mano está inevitablemente embebida en él. Ahora soy consecuente como no recuerdo

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