Una ciudad abovedada. Pongamos, columnas, hay columnas por
todos lados. Cien es el número, cien a donde sea que vayas, cien. Cien, cien,
cien. La noche escurriéndose entre los
pilares de cemento, pilares como continuaciones de las calles. La noche escurriéndose
pegoteando las paredes con su babosa oscuridad. Cien es el número a donde sea que vayas. La soledad es el código en
esta ciudad. La noche es el aire que respirás, la noche antes del atardecer, la
noche después del amanecer. La diurnidad violada por la noche del alma humana.
Vos, humano, ahí parado, ahogado en el cien que construyó tu especie. Un cien
que domina las tres dimensiones. La más audaz prisión, las rejas son todo tu
entorno. Gruesas, innegables, rejas. Altos hasta perderse, contundentes barrotes
de bloques de cemento, húmedos de oscuridad. Único preso, como cada ejemplar de
tu especie. La soledad, el único lenguaje admitido. La vista y el oído son
parte del esquema carcelero, no tenés escapatoria. Si, por casualidad, se
filtra por el macizo techo un débil haz de luz de estrella, secando el aire
amniótico a tu alrededor. Si, por casualidad, tenés la desgracia de vejar tus
ojos con algún destello y se despierta la esperanza inmunda de tu pecho. Si tus
ojos topan con la negación de la oscuridad, tus oídos también sonaran para
aplacar ese infundado sentimiento allí chiquito en tu pecho. Será cuando
recuerdes oír, convenientemente cuando hayas recordado la vista, que vibrará a
tu alrededor la sincera paranoia ¿Oís los pasos? No pueden más que venir por
vos ¿Oís las respiraciones? Agonizan como vos, te descubrirán para beber tu
vida y durar cuando menos un poco más. ¿Verdad que no queremos la libertad de
la luz? Estás seguro entre estas columnas ¿Verdad que el día es una cruel
vejación? ¡¡Huí!! ¡Lejos! Lejos de donde, por ventura, el techo te descubrió
ante tus viles pares. Sos único y nadie lo permitirá ¿Verdad que es un preciado
tesoro el que poseés? Están invisibles entre las columnas ¡¡Sos único, joder!!
Ellos no se dejan ver ¿Por qué te vas a dejar ver? Todos quisieran tu unicuidad
y van a venir por ella si te descubren pues les demostrarás que ellos no la
poseen ¡Corré! ¡Rápido! Dejalos mentirse. Volvé rápido a tu cálida deriva.
Cualquiera sea el camino, la oscuridad es tu única seguridad. Cualquiera sea el
camino, cien columnas nunca falten a tu alrededor. Cien columnas para marcarte
el espacio. Cien columnas que no te dejen olvidar tu erecta humanidad. Cien
columnas para separarte de las bestias, vos, única divinidad, vos, único en tu
especie. Acordate que te ven, movete constante entre las columnas para que te
cubran. Siempre de frente a las columnas, con columnas cuidando tus espaldas.
Pues te miran. Cien, cien, cien. Caminá sin detenerte. Ellos que te persiguen
no se van a mover quietos en su lugar, son cobardes. Pero te miran, caminá ¿No
los oís? Mejor ¡Rápido, a las columnas! Seguí ¿No los oís? Mejor. Las columnas
te guardarán, imponentes, firmes en su lugar. Cien, siempre cien.
Bienvenidos.
Sírvanse a sus anchas y
sean libres de comentar
tanto como más lo sientan.
Nos vemos del otro lado
8 de mayo de 2012
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