19 de febrero de 2018

Catala

Le huyo y rehuyo a este instante, este instante en que me mirás y me ves o no, no puedo saberlo. El mundo puede atiborrarse de gente, el aire puede estallar en estridencias, pero si te encuentro, sos lo único que veo. Cada tanto bajo la mirada al vaso para interrumpir el lapso, recordar que sigo estando en este mundo, que sigo siendo yo. Estamos en ese mágico recinto donde los brebajes se sirven fríos y perduran fríos aunque sea el día más intenso del peor verano del apocalipsis. O quizás es solo mi lengua que agradece esa compañía amarga y dulce, ese abrazo áspero de sabores.
Y hablás y me llega tu voz. Suena tu voz como atravesando el tiempo, como resonando en todos los momentos vividos, así de eterna te siento. Yo juego con el vaso, me fijo en la huella de condensación, atajo un par de maníes sin el menor apetito. Pobres maníes, tan fieles compañeros y yo desdeñándolos así, que sin saborearse son comidos. Es como si nunca te hubieras ido, como si hubiera habido una vida con vos presente. Tu entonación corre por mi piel como las briznas de pasto reciben el baño de agua del riego ¿Es ese el escalofrío que camina bajo mi piel? O acaso un cortocircuito por dentro.
Hay algo oscuro como esta stout, algo que oscurece la ya tenua luz de las led. Hablo y me importa nada lo que digo, porque nada es lo que quiero decir, quiero hablar de vos, quiero hablar de mí y de la vos que está en mí. Soy totalmente incapaz, como es incapaz un amputado de apoyarse en su miembro fantasma, totalmente incapaz de dirigir la conversación a alguna región que me represente en lo más mínimo. Hablamos sobre cosas comunes, gustos, disfrutes y vivencias vividas de forma tan parecida pero tan nada que ver. Y vos me contás tus mil historias de esa vida que tenés lejos mío, esas mil historias para las que mi existencia lo mismo podría ser borrada del planeta.
Y es el corazón ese algo oscuro, es ese lado oscuro que te saborea con una lengua babosa por tu lado más áspero y la sangre de esa lengua se mezcla con la baba. Es ese sabor metálico el que hace la única justicia de esta hermosa noche a la tenue ambientación caoba. Como si un circuito neuronal estuviera alojado exclusivamente en ese rincón distante del cerebro, juega con mis emociones y pensamientos despejando las pálidas nieblas del deseo, lee en tus movimientos el placer que sentís por todo y asegura que podrías sentirlo de mí, lee en tus palabras y en la dirección de tu mirada que yo sigo sin estar ahí.
Un tirabuzón de neuronas baila en el tanque de sangre y grita que te quiero y grita que me muero y grita y solamente llega a mi razón un repugnante borboteo. Y ese borboteo soy yo. Yo mientras te regalo mis ojos, te regalo mis orejas y arde mi piel al tacto de una caricia tuya accidental, como esos actos reflejo que tenés que desvivirían a cualquiera y me bañan a mí como una bendición a un impío demonio.
Y pienso si acaso nunca conoceré el amor.
Y pienso si acaso es eso mismo lo que me está matando.
Y pienso si este gustito que siento, espeso, amargo y dulce, acaso no es la birra que se atora en el nudo que no ves.

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