16 de marzo de 2013

Lo olvidado que debía ser realizado

Back on the road es un volver a la ruta, volver al camino, a un sendero que nos reconoce y en el cual nos identificamos. Aunque también suena a volver al rodeo, a la aventura, a la carrera.

Ahí está otra vez en el espacio eterno de la ruta que antaño olvidara. Ahí está. Otra vez observando la inmensidad, tan pequeño él. Como un pibe salvaje frente a un escritorio. Como un pibe con una hoja en blanco ante él en una habitación vacía salvo por el polvo. Con la respiración trémula por los golpes de los truenos que suenan alrededor, pues no es una ruta de luz la que tiene por delante. Él está ante el mundo, ante la vida. El camino, que ya mucho pedir es que esté asfaltado, no está envuelto en día ¿Qué clase de persona puede creerse él para merecer tal regalo? No, él está ante lo imprecisable, lo indefinido, la verdad. La inmensidad está ante él y sus ojos están a merced de la inmensidad.
Tiembla su cuerpo con el frío. Frío de fricción. El viento arremolinase entorno suyo. Las nubes ve él por encima, las ve culpables de ese frío e inclina la cabeza en gratitud. El frío está en su cuerpo, si no lo quiere, debe echarlo. Mira su torso y lo encuentra envuelto en brazos, dos, los suyos. La orden de apertura es desobedecida pues fuerte es la percepción del hielo que amenaza atravesar sus pulmones. Como un bufón burlón, el frío cinético se apoya sobre su espalda doblándolo. Lo doblega. Él vuelve su mirada a las nubes, las ve moverse como llevadas por la corriente y recuerda las zambullidas en piletas frías.
Despega sus brazos del cuerpo y la rigidez busca abrigo en sus piernas. No puede permitirlo, las necesita para iniciar. Tuerce sus muñecas, dobla sus rodillas. Da sus pasos como lo haría una estatua ¿Cómo lo haría una estatua? Destruyendo su integridad. Así se quiebra la frigidez de la rodilla y muerde el hielo en su anverso. Como un suicidio se extienden los brazos a los lados. Como una ardiente amante, el frío le abraza buscando contenerlo completamente. Se sacude lentamente, progresivamente, robando a la hipotermia ambiental su energía cinética.
Todo lo recuerda desde lejos. El frío se quedó en el punto de partida allá en la distancia. Él puede ver la distancia con un simple movimiento de cuello. Puede ver cómo el hielo gaseoso marca el inicio del camino y no es consciente del trabajo motriz que realiza él mismo. Ve sus propios miembros invadiendo el asfalto por delante de él, se observa ajeno y contenido por un simple miedo. Y es que sabe él, sabe que si quisiera dominar esos movimientos inconscientes perdería el control y los movimientos. Los siente, los movimientos lo sienten a él también. Todo su cuerpo es una masa homogénea. Y el mundo pasa a su lado pero no para, el mundo no para. Árboles y bosques enteros a la vera del camino a su lado pasan. Después ya no hay árboles hasta donde llega la mirada. Después aparece un árbol y después otros tantos y nuevamente pasan a su lado bosques. Y encrucijadas que él ignora y sigue adelante con el andar veloz.
Siente el ondular de su pecho como siguiendo las curvas de las nubes grises que apagan el día y se iluminan con la luz cósmica de la noche. Siente sus pulmones turnándose al frente, impulsándole a continuar su andar vital. Siente que todo está en su respiración, en el aire que ingresa en su organismo accidentalmente. Ya la atmósfera no sopla, el mundo no gira. Él gira entorno al mundo, él es viento para la atmósfera. Si caminara río arriba, los mares se vaciarían y toda el agua volvería al cielo. Pero no camina por los ríos, sus pies son de tierra y su cabeza es volátil. Su corazón es de agua contenida por el barro de su piel. Todo el mundo abrumado se detuvo. Todo el mundo salvo las nubes. En todo momento él puede verlas, puede ver sus impasibles líneas, sus contrastes inalterables de grises. Él sabe que nada de eso puede ser así, así como sabe que no debe ser consciente del trabajo que él mismo está realizando. Las ve una vez más. Su calma aparente es la máxima desesperación por mantenerse al paso que él lleva.
Y así nadie jamás podrá apartar al pibe salvaje de la pila de hojas ennegrecidas de tinta azul que caen a sus lados frenéticamente. Tal vez cuando los músculos de la mano finalmente se sequen, tal vez con suerte la tinta de la lapicera se acabe antes. La mano firme deja atrás las mismas frases que sólo se reformulan pero no hacen más que hablar de un eterno inicio en una carrera sin meta. Y el pibe escribe con su mano suicida. El pibe escribe sin saber qué escribe porque teme que ser consciente le impida concluir la tarea que inconscientemente continúa siendo inexorable. El pibe escribe igual sin detenerse a comer, sin detenerse a releer, sin detenerse a beber, nutrido sólo por la fe. El pibe confía en que su escritura se inició por un propósito y cree fervientemente que donde hay un propósito hay una realización y piensa que no es necesario conocer ese propósito y esa realización porque son forzosos. El pibe escribe.

1 comentario:

  1. Es cierto que "volver al camino" tiene que ver con lo conocido, con lo familiar, con lo que ya está marcado por otro... El camino siempre lleva a algún lado (no es la selva, ni el desierto...) y, sin embargo, la ruta es siempre otra, siempre distinta, siempre una aventura por descubrir. Como la vida, ¿no? ¿Hará falta desviarse del camino para no sentir que sólo se sobrevive o se sigue obedientemente el rumbo?
    Y después, la escritura... ¿La escritura es el camino conocido que nos lleva al final de la historia?, ¿o es la selva, el desierto, la red? "El pibe escribe sin saber qué escribe". ¿Será necesario saberlo? ¿Habrá sólo el camino que ya está marcado, la vida que deciden por nosotros, un renglón que me determina el escribir? ¿O la ruta, como la vida, como la escritura construyen el espacio, el tiempo , el texto que será...?

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