2 de enero de 2019

Distorsión

El campo se extiende de un verde fluorescente ante el vagabundo. Al despertar el cielo ya se encontraba cubierto por negros nubarrones y en los horizontes no se distinguía la foresta. Pobre vagabundo, luego de ser linchado de La Capilla, intentó seguir la ruta pero los bocinazos le apartaron hasta hacerlo perderse en campo abierto. El panorama le había brindado alguna que otra distracción ya que su atención se colmaba con la sencilla contemplación de un arbusto o una línea irregular a lo lejos, con una hilera de hormigas y un ave surcando el cielo. Ahora su mente está abrumada por la fluorescencia y no hay algo en lo que fijarse que le dé cierta paz o contención.

Luego de apartarse del camino, pasó varias noches arrastrando su cuerpo a los pies nudosos de los árboles, allá donde encontrara refugio. Durmió algunas noches así hasta que el hambre le llamó a buscar algo que llevarse a la boca. Pasto, insectos, algún animal sin mucho carácter. Ahora parece que va a llover y lo presiente, presiente que podrá bañarse pero la realidad es que mucha de la mugre que le cubría fue desprendida por la tierra que le acarició en sus sueños. El aire se siente fresco, huele a agua y él sonríe. Ve una línea dibujarse en el aire y esta se marca en su retina. Una inocente risa se le dibuja en el rostro. Los ojos le duelen de tanta fluorescencia pero esta interrupción los relaja un momento.

Sus sucias manos, ya no tan grasientas como en la ciudad, bandean en el aire queriendo agarrar la fina hebra de luz que se recorta contra las nubes allá donde él fije la mirada. Entonces llega a sus oídos el rugido del relámpago, como si desde aquella inmensa distancia el cielo hubiera estado resquebrajándose y ahora se dispusiera a tragárselo. Él se encoje de terror, se aovilla y tiembla al borde de las convulsiones. Cierra con fuerza los ojos pero a través de sus párpados se entromete la fluorescencia del pasto.

Siente detrás suyo un frufrú. Mira por debajo de su brazo que le cubre la cabeza y ve unas zapatillas de jean con un blanco borde de goma que pisan el techo de incandescente verde. La mirada busca continuar por las piernas que visten ese calzado pero estas están ocultas por el volado de una larga capa de gabardina ceñida en la cintura. Su cuello está muy contorsionado para poder ver un poco más arriba y comienza el mareo. Su cuerpo se debilita y él rueda panza arriba. Se le desenfoca la mirada pero algo está claramente cubriéndoles.

La mano izquierda está echada atrás para mantener el equilibrio, la mano derecha impone la espada tomada por la empuñadura. El vagabundo dirá al recuperar la conciencia que ni la noche fue jamás tan negra que eso que era un dragón. Ella limpiará la viscosa sangre de su sobretodo de gabardina y a nadie dirá lo que eso era porque con nadie habla ella. Su principal preocupación ahora mismo es deshacerse del apestoso vagabundo que, luego de ver los despojos descuartizados de la criatura, corre débilmente detrás de su salvadora.

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