Tengo que levantarme temprano. Mi cabeza despacio se llena
de ideas, de memorias, de pensamientos. En dos horas debo estar en el negocio,
listo para atender a la clientela. El viaje es de aproximadamente una hora, las
variaciones dependen de las condiciones en que viaje, no todas las condiciones
pueden ser previstas o controladas, lo único que puedo hacer para el mejor
resultado posible es levantarme cuanto antes e ir a esperar el colectivo.
Aunque el colectivo tarde media hora en llegar, cuarenta minutos, yo tengo que
estar ahí en la parada ante la posibilidad de que llegue dentro de un minuto.
Todo lo que tengo que hacer y todo lo que espera ser hecho. El
día será largo y monótono, repetido, siempre igual, siempre el mismo. Excepto
por este despertar en esta cama ajena, el día será otro día cualquiera. Para
juzgar al día de 24 horas no tengo en cuenta las horas de la madrugada. Las
horas de la madrugada son la hermosa conclusión del día anterior. No puedo
proyectar para hoy la misma conclusión pues necesito recuperar energías. Así
que al día de hoy le corresponde el retorno a casa, mi dormitorio y mi sueño
habitual, con el habitual despertar en mi pieza, entre mis viejos, tan distinto
del despertar de hoy.
En algún lugar está mi viejo, expectante ante mi accionar.
Sé que no me ve, ignora completamente la posición de mi cuerpo, que le bastaría
abrir la puerta de mi pieza y encontrarme en mi cama para conocerla pero hoy no
estoy ahí, hoy él está levantado desayunando y empezando el mismo día de
siempre y preguntándose qué estoy haciendo yo, si llegaré tan tarde al trabajo como
él imagina, si acaso estoy calculando los siguientes pasos necesarios para
impulsar mi vida hacia un futuro próspero. Y nada de eso. O algo, una cosa,
estoy preocupadísimo por no llegar más tarde de lo habitual al trabajo, a pesar
de que esta mañana sea única, este despertar sea distinto y merezca, exija,
toda mi atención.
La persona cuya cabeza roza mi pecho, liviana como una
pluma, la persona que anoche estuvo mirándome con ojos penetrantes y astutos,
la persona que trepó por mis músculos y se aferró a mis huesos y rodeo mi carne
con su placer. En medio del torbellino de ideas, de memorias y de pensamientos,
mis ojos se fijan en ella que no despierta y no quiere despertar, que duerme un
sueño tranquilo y sin culpa, contenta, contentada, satisfecha. Mis ojos la ven
y mi mente suma un pensamiento más, una idea más, una culpa más, un temor más,
una responsabilidad más. Tengo que dejarla, no quiero dejarla, tengo que
trabajar, no quiero trabajar, se molestará por mi tardanza, interrumpiré el
placentero y natural sueño de esta criaturita.
Si todo pudiera ser más fácil, si algo frenara el tren de
pensamientos, el torrente de ideas, me sentiría más ligero. Las paredes de mi
mente no se cerrarían tan inexorablemente entorno a mí apagando la luz del día,
el resplandor de esta mujer. Si tan solo ella despertara oportunamente y con el
ánimo justo para insuflarme el ánimo que yo necesito para encarar este día
igual a todos los demás. Si pudiera sentir amor sin sentir culpa, saber que tengo
derecho a amar a esta mujer, no la obligación. La obligación es mi culpa, el
incumplimiento es mi firma, ante la presión me retraigo y estoy ausente todo a
lo largo de mi vida.
Mis ojos se pasean por el recinto, la oscuridad perfila
perfectamente los objetos, las cortinas, las ropas tiradas, las puertas, la
mesita, los libros. Mis ojos son como las manos de aquel que cae al precipicio.
Mi brazo desnudo se enrosca contra la suave y fresca piel de su torso. Veo sus
pechos, abrazo su cintura, siento si frente con mi mejilla. Ella se mueve, aún
en sueños. La siento más cerca que nunca, la siento capaz de salvarme de mí
mismo, veo su belleza sobrecogedora. Los colores apagados en la oscuridad, los
contornos tan claros. Me remuevo en el colchón, me acomodo junto a ella, la
tengo como la busqué, la busqué para escapar de todos esos pensamientos que me recibieron
al despertar como fantasmas. Me debato, esa eterna lucha entre mis partes. El
tiempo apremia, los minutos pasan despiadados, ella no despierta y mi cuerpo
aún cree que estoy lejos en el sueño.
Todos debemos despertar, necesito el botón, la palanca, el
pensamiento que sea el dedo que active el mecanismo, que saque de su balance la
primera ficha del dominó. Un impulso eléctrico que me dé una primera percepción
de mi propio cuerpo, para encontrarme a su lado y no sólo contemplarla. Para
ver sus labios y sentir los míos. Para recordar su nombre y desear su voz
invocando el mío. Otro impulso como quien prepara el látigo o da saltitos en su
lugar antes de correr. Cuán violento es el cuerpo pero yo sé ser tierno. Y todo
será suave cuando levante el otro lado de mi cuerpo, y lleve mi brazo libre para
rodearla. Ya me dejo llevar y van cayendo las fichas del dominó. Entonces la
beso y la despierto.
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