Una voz resonando en tu cabeza
Te recuerda los sabores que dejaste atrás
Hablan del pasado como si fuera el futuro
Marcan tu camino con antorchas a la vera
No estamos en el quinientos diez
El alarido inhumano cala hasta los huesos
Recuerda la tortura de otro tiempo
siempre presente
Los tiranos del tiempo eternos en sus tronos
Los tiranos propios aferrados a nuestros nervios
El anhelo de la supremacía de la voluntad
Virtiendo en las fantasías de los trazos
en las curvas de las caligrafías
en los colores de las pinturas
Te atraviesa como un canasto con cuchillas
La historia reverberante
El sismo que sacude tu cuerpo
El arte que no te permite olvidar
Ya no necesitas temer convertirte en piedra
Podés descansar tranquilo
Comprendiste, ahora es tuya la libertad
de soñar
Bienvenidos.
Sírvanse a sus anchas y
sean libres de comentar
tanto como más lo sientan.
Nos vemos del otro lado
13 de agosto de 2011
6 de agosto de 2011
Falsa Madurez
Me hipnotizaba un gancho que había colgado de una cadena. Era una cadena de eslabones gruesos que comenzó a agitarse y se retorció y retorció girando en espirales. Parecía enroscarse pero el gancho, enorme, caía como peso muerto, inmóvil. Así comenzó a agitarse e hizo vibrar el tenebroso castillo. Ahí fue que supe que estaba en un castillo.
La oscuridad era absoluta y algo frío golpeo contra mi piel. Sentí el frío extenderse y rodearme como una boa. El frío quemaba franjas de mi piel, sujetando firmemente mis brazos y mis antebrazos, cuando vi el gancho desaparecer llevado por una misteriosa fuerza. Sobre la piel me pesaba el frío como si fuera materia y comencé a sentir pellizcos en mis brazos y mi pecho y debajo de la espalda.
Entonces supe que fluía el calor. Cálidamente vertía de mí donde ese sólido frío osó penetrarme, a un costado de la espalda entre dos costillas. Así como fluía hacia afuera sentí cómo también invadía el vacío de mi interior. Se ahogaron mis pulmones y se contrajo todo mi cuerpo igual que hizo mi rostro.
No respiré nada todo el rato que sentí el calor mojar toda mi piel. Y, mientras no respiraba, me curvaba y me doblaba hacia mí mismo. A la vez que un frío glacial invadía mi brazo derecho comenzando por el hombro, podía observar cómo mi piel adquiría un sedoso tono escarlata que lo cubría todo. Yo agarraba mi tórax con ambas manos en un desolado abrazo. En la contracción de todo mi ser costaba mantener los ojos abiertos pero ya no hacía falta ver. Mi brazo derecho estaba helado, como si por él no corriera sangre, mientras ardía el resto de mi cuerpo.
De un momento a otro todo acabó y con una brusca y profunda inhalación llené mis pulmones. Tiré mi cabeza hacia atrás y todo seguía hundido en tinieblas. El profundo silencio denso permitió que saliera a flote un sonido de mi interior. Porque era rítmico pensé que se trataba del latir de mi corazón pero no eran dos tiempos que separaban dos sonidos amortiguados (pum pum... pum pum...) En la gigantesca habitación, seca, vacía y oscura, vibraban dos golpes metálicos separados por un mismo tiempo sin perder el ritmo.
(Tic...) Por alguna difusa ventana se coló un haz de luna. (Tac...) Me giré y corrí de mi cara el pelo que se pegaba en el sudor. (Tic...) El suelo pulido reflejaba mi familiar rostro, ahora tan hosco. (Tac...) Pero algo no estaba bien (tic...), no corrí mi cortina de pelo (tac...) con mi mano derecha. (Tic...) Aquel garfio... (tac...)
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